43. Isla del Sol

Por Lagunamov @Lagunamoc
Soñó de forma mucho más clara que los grandes búfalos purpúreos que había querido cazar. Esta vez estaba ante ellos sin arco ni flechas. Él se sentía muy pequeño, pero la cabeza del gran animal cubría el cielo entero. Y oyó como le hablaba. No pudo entenderlo todo, pero aproximadamente le dijo así: "Si me hubieras matado serías ahora un cazador. sin embargo renunciaste a ello, por eso puedo ayudarte ahora, Atreyu. ¡Escucha! Hay un ser en Fantasía que es más viejo que todos los otros. Lejos, muy lejos, al norte, está en el Pantano de la Tristeza. En medio de ese pantano se alza la Montaña de Cuerno y allí vive la Vetusta Morla. ¡Busca a la Vetusta Morla!". Entonces Atreyu despertó.
La historia Interminable
El viento me pegaba con fuerza en la cara mientras todos los rincones de mi cuerpo se impregnaban de una maravillosa sensación de libertad. Estábamos navegando sobre el gran Titicaca, el lago más alto del mundo, y todo lo que nuestra vista podía alcanzar estaba circunscrito en él.

Encima, el día nos acompañaba, ninguna nube cubría el techo de nuestro mundo y el sol se mostraba radiante y con esperanza. La jornada que teníamos por delante lucía sin miedos y feliz por ser vivida. En cambio, Isla del Sol, nuestro destino, todavía se escondía bajo el horizonte.
-Qué guapo Teo, son impresionantes las vistas - me dijo Raúl.
-La verdad que merecen mucho la pena - respondí.
El día anterior, en Copacabana (un pueblo a las orillas de la gran formación de agua), me había vuelto a encontrar con él en una de sus calles. Recibí el reencuentro con alegría, pues siempre es mejor ir acompañado de alguien en los trekkings y en el resto de asuntos relacionados con el turismo. 
Normalmente solía hacer compañeros en los hostels para esas cosas, pero ya estaba harto de ir con viajeros que solamente buscaban fiesta y más fiesta. Raúl no era así, no era simple como el resto de turistas que había encontrado hasta entonces en los hostales de sudamérica. Se podía hablar de cosas serias con él sin tener miedo a darle una respuesta demasiado complicada para su intelecto.

Un chico, que por su aspecto diría que todavía se estaba acostumbrando al cambio hormonal tan típico de la adolescencia, subió a la cubierta del barco y se dirigió a nosotros.
-Isla del Sol fue uno de los primeros hogares de los Incas. Vivían aquí y salían ocasionalmente de ella. Los Incas creían en el Sol y la Luna, eran sus Dioses, por eso las dos islas tienen los nombres de los astros. - nos explicaba el muchacho- Si la Isla del Sol era su casa, la Isla de la Luna era una cárcel. Cuando un inca incumplía una de sus leyes, o sea, no ser ladrón, no ser mentiroso y no ser flojo, los llevaban a la Isla de la Luna y los dejaban ahí sin posibilidad de salir.
El pequeño guía turístico nos contó más cosas que mi memoria no alcanza a recordar mientras íbamos avanzando en nuestro camino. Al poco rato de que se callara, la isla apareció ante nuestros ojos. Era colosal y muy hermosa, llena de vegetación y de elevaciones de terreno. Perfecta para el trekking que teníamos planeado hacer Raúl y yo.

Desde el primer avistaje hasta el atraque en el puerto no pasaron muchos minutos, unos 30 o así. Bajamos con nuestras mochilas y unas mujeres se acercaron rápidamente a nosotros. Era hora del primer atraco.
-Son x bolivianos por entrar en la isla.
De eso si que no nos habían avisado. Mi presupuesto contemplaba el viaje en barco, la comida, el alojamiento y la vuelta. Nada más. Pero no nos iban a dejar entrar en la isla si no hacíamos esa donación económica. Así que, sin más remedios, pagamos a las mujeres y ellas nos dieron un recibo conforme habíamos soltado dinero.
-Buscáis alojamiento ? - Nos preguntó el muchacho que nos había explicado la historía de la isla en el barco.
-Sí.
-Seguidme, arriba hay muchos y baratos.
Le seguimos y nos llevó hasta el inicio de unas escaleras, las cuales estaban custodiadas por dos inmensas estatuas inca. 
-Vamos, arriba están los hostales - nos dijo.
Admiré la belleza de las estatuas y empecé el ascenso. Estaba acostumbrado al trekking y a andar mucho pero, aún así, mi resistencia no fue la suficiente como para subir esas escaleras sin que mi cuerpo lo notara.
Estábamos muy alto, el lago titicaca lo está, y mi corazón lo percibía con cualquier mínimo esfuerzo. A los 10 escalones, este ya estaba yendo a la velocidad que tiene el de una persona que va puesta hasta las cejas de coca. Pude notar que Raúl también estaba teniendo los mismos problemas, pero el chaval estaba fresco, estaba tan acostumbrado a subir por esas escaleras que su cuerpo no diferenciaba entre un ascenso y una caminata por tierras planas.

Aunque todo tiene su parte buena. El ser humano es una dualidad mente-cuerpo, la mente rige sobre el cuerpo y el cuerpo sobre la mente. Cuando me cansaba hasta el punto de no poder continuar, bastaba con que mi cerebro admirase las vistas que se tenían desde allí para que, mi cuerpo, se sintiera rejuvenecido y con fuerzas.
En la cima, el muchacho nos condujo hacia el hostel. Era muy básico, pero su terraza contaba con una visión panorámica de todo el lago. Era perfecto para pasar nuestra noche, desde allí el amanecer debía de ser inigualable. Déjamos las cosas en nuestra habitación y preguntamos al dueño acerca la mejor manera de recorrer la isla.
-Desde aquí váis al norte por el camino de la costa y luego volvéis por la montaña. Tardaréis unas cuantas horas, yo lo hago en una jeje - bromeó.
Le hicimos caso y nos pusimos en marcha. Durante nuestra caminata hacia la parte norte, pásamos por pueblecitos de las comunidades que habitaban la isla, por playas paradisíacas, caminos de burros y por bosques que conservaban la virginidad propia de los primeros dìas de nuestra historía. 
Isla del Sol es uno de esos pocos paraísos que quedan en los tiempos que vivimos. Al iniciar nuestro trekking, pensamos que iba a ser fácil, pero llegamos a la parte norte casi al mediodía y con nuestras piernas suplicando un descanso.

La cara norte de la isla, al igual que la sur, también había sufrido los efectos de la globalización y disponía de hostales y restaurantes. Así que descansamos mientras llenábamos nuestros estómagos con proteínas y calorías.
Cuando nuestros cuerpos se volvieron a sentir con ánimos, reanudamos nuestra marcha. Salímos del complejo turístico por una playa y nos incorporamos a un caminito que llevaba a unas ruinas incas que estaban situadas en una cima cercana.
A los pocos minutos, nuestras carteras se volvieron a encontrar con un peaje.
-Si queréis pasar tenéis que pagar - Nos dijo una chica.
La Isla del Sol está habitada por unas cuantas comunidades, estas han visto en el turismo una gran fuente económica y se han dividido la isla de tal manera que, cada vez que ingresas en una parte nueva, tienes que pagar. Una pena, ya que el paraíso natural que es se ve perjudicado por el trato sacacuartos de sus comunidades hacia los turistas.

Además, son un poco racistas y tratan mal al viajero. Me dí cuenta de que tenìa suerte de estar en el 2014 y no el 2016, en dos años más esa isla, posiblemente, no se diferenciaria de marina d'or. El turismo y la ambición de sus habitantes la convirtirían en una ciudad de vacaciones.
En las ruinas incas volvimos a descansar. Mientras Raúl se echaba una minisiesta, yo me avancé un poco y me situé en uno de los puntos más altos de la isla, cerca de donde antiguamente los incas hacían sus sacrificios al dios Sol. Incluso estaba el altar allí todavía.
Me senté a contemplar el titicaca. Era genial, tan azul como el mismisimo pacifico profundo. Me sentí muy afortunado por estar allí y por todas las bellezas que estaba viendo en mi viaje. Esa sensación me hizo recordar algo que Raúl me dijo la noche anterior.
-Teo, la verdad es que lo estás haciendo de puta madre, 24 años es la edad perfecta para hacer esto. Si hubieras esperado un poco más seguramente no lo habrías hecho, luego es más difícil. Con 30 años ya no puedes.
Pensé que era cierto y que, seguramente, cuando llegara a Alaska y volviera a mi casa, no tendría la posibilidad de hacer un viaje tan largo de nuevo.  La sociedad no me lo permitiria. El ruido de unos pasos me devolvieron a la Tierra, era Raúl, ya estaba listo para continuar. 

Después de recorrernos un magnifico laberinto ancestral y de ver la piedra sagrada, pusimos rumbo por el camino de montaña hacia el hostal. Ya estaba atardeciendo.
-Los cojones se hace el del hostal esto en una hora - pensé.
La caminata de vuelta nos mató, fue algo dura y nuestro humor había quedado mermado. Así que, cuando unos locales nos volvieron a pedir peaje, Raúl se enfadó y les dijo que no tenía dinero y que no iba a pagar nada por pasar. Los nativos se asustaron y nos permitieron usar el camino.
Con la puesta de sol reflejándose en las tranquilas aguas del lago llegamos al hostal. Cogimos un par de sillas y nos sentamos a disfrutar de las vistas. Una chica se nos unió. Era chilena, de unos 20 muchos años de edad, muy guapa y estaba de vacaciones.

Tuvimos una agradable charla con ella, habìa estado en la India y Tailandia, cosa que facilitó que entre los dos fluyese una conversación divertida e interesante. Al caer la noche, fuimos a buscar algo de cenar.
Todo estaba oscuro, no había faroles que iluminaran las calles de ese pueblecito situado en la cima de la isla. Nos costó encontrar un sitio para cenar, pero lo hizimos y era genial. Era una especie de casa llena de libros, muy auténtica y hogareña. Sus habitantes nos acogieron muy bien desde el primer momento.
Me acerqué a la libreria y empecé a ojear los libros, la chilena también hizo lo mismo. Me fijé que miraba muchos manuales orientales y de rollos de "energía".
-No me digas que crees en esos rollos, vaya decepción - le comenté.
-Soy profesora de yoga, jeje - me respondió.
Pfff, lo que me faltaba, a mí cuando me hablan de energía y esas cosas me parece que me hablen de enanos que viven en el centro de la Tierra.
-Espero que no me taladre el cerebro en la cena - pensé.
Me retiré y nos sentamos en la mesa.
Esa noche cenamos una pizza gigantesca, trucha y un vino boliviano que no estaba mal. Durante la cena, la profesora de yoga y yo no paramos de hablar, no paraba de reírse con mis bromas (muy malas por cierto) y noté que estaba muy cómoda con la conversación, no hablamos de energías cósmicas, aún así, no me esperaba que, cuando Raúl salió un momento afuera, se me quedara mirando de la forma en lo que hizo. Me pilló de sorpresa y le empecé a hablar de cuando estuve en Varanasi, estaba muy cansado.

Se rió y me contó que había estado en los crematorios, a dos metros del muerto, y que desprendían mucha energía. Chorradas. Raúl volvió y acabamos de cenar.
Antes de irnos, estuve hablando con el dueño del lugar (o eso creo).
-De dónde eres? - me preguntó.
-De Barcelona, y el otro chico de Córdoba - respondí.
-Ah españoles, la chica?
- No sé si lo has visto, pero yo no he hablado en toda la cena con la chica, eso quiere decir que es chilena, nos llevamos mal, no nos hablamos, me deportaron de su país y desde entonces no me quieren - Bromeé
El boliviano se rió y volvimos al hostel. El camino por la oscuridad estuvo lleno de risas. La noche cubría todo nuestro minimundo y teníamos que tener cuidado si no queríamos caernos.
Quedamos con la chilena a las 5 para ver el amanecer. Le dimos las buenas noches y nos metimos en la habitación. Estaba cansado, muy cansado, así que lo primero que hice fue tumbarme en la cama. Raúl, al cerrar la puerta y verme casi durmiendo, me dijo:
-Pero qué haces tío, la tienes loquita, ve a su habitación anda.
-Qué pereza - pensé.
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