Autor: José Marti. Si uno se para a pensar al respecto de lo que podría ser su ideal de gobernante, desearía que entre sus cualidades pudiera hallarse la integridad, el honor, la ética (honradez u honestidad), la vocación de servicio, la inteligencia, por supuesto, la perspicacia, la lealtad, la capacidad de liderazgo y de gestión. Que tuviera principios; los suyos, pero firmes y, en definitiva, un colmo de perfección demasiado absoluto como para pretender que alguien (estamos hablando de seres humanos) lograse alcanzarlo.
Decía Francis Bacon que es muy difícil hacer compatibles la política y la moral, y sé que no es justo denostar a toda la clase política por el comportamiento digamos inadecuado, siendo compasivo, de unos pocos, pero por difícil que resulte y por el hecho de que existan gobernantes incapaces de servir a nadie más que así mismos, no deberíamos renunciar a exigir de ellos lo mejor y no deberíamos conformarnos tampoco, por comodidad o por apatía, con maneras intolerables, mediocres o incapaces de dirigir y gestionar los asuntos (nuestros asuntos).
Cuando dejó el cargo en 1953, Truman (Harry S. Truman 1884-1972 trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos entre 1945 y 1953), había sido uno de los presidentes más impopulares de la historia. Sin embargo, en el período inmediatamente después a su muerte se vivió una rehabilitación parcial de su figura entre los historiadores y miembros de la sociedad en general, que ya entonces situaron a Truman entre los mejores presidentes del hisoria del país.
Algunos datos sueltos nos dan la verdadera dimensión ética del personaje; un gobernante diferente…
El único 'activo' que tenía cuando falleció era la casa en la que vivía, que se hallaba en Independence, Missouri. Su esposa la había heredado de sus padres y, aparte de los años que pasaron en la Casa Blanca, fue donde vivieron toda la vida.
Cuando se retiró de la vida oficial en 1952, sus ingresos se reducían a una pensión del Ejército USA, de $13,507.72 al año. El Congreso, teniendo noticia de que incluso pagaba los sellos de correo, le otorgó una prestación de $25,000 al año. Mientras fue Presidente se pagó todos los gastos de viaje y manutención con su dinero.
Después de la "entrega" de la Presidencia al general Eisenhower, el matrimonio Truman regresó, conduciendo su propio coche, a su casa en Missouri, sin ninguna compañía del Servicio Secreto.
Cuando le ofrecían cargos con elevados salarios, los rechazaba, diciendo: "Ustedes no me quieren a mí, lo que quieren es a la figura del Presidente, y esa no me pertenece. Le pertenece al pueblo norteamericano y no está en venta...".
Cuando el 6 de Mayo de 1971, el Congreso pretendía otorgarle la Medalla de Honor con ocasión de su 87 cumpleaños, él la rehusó, escribiendo una carta que decía: "No considero que haya hecho algo para merecer esa medalla, venga del Congreso o venga de cualquier otra parte."
Harry Truman, quizá excedido en la forma, pero brutalmente sincero en el fondo, comentó en una ocasión: "Mis metas en la vida fueron ser pianista en una casa de putas o ser político. Y para decir la verdad, no existe gran diferencia entre estas dos ocupaciones".
Reflexión final: “Ni pueblos ni hombres han de ser medrosos que lleguen a tener miedo de sí mismos. En buena hora que la política sea artística, y pocas ciencias requieren tanto arte y mesura y estudio y buen gusto como ella. Pero ha de ser sincera.” (José Marti)