453.- “El que está satisfecho con su parte es rico.”

Por Ignacionovo

Autor: Lao-Tsé. ¿Cuánto necesitamos para ser felices? Quiero decir: ¿con qué cantidad de amor, dinero, aventura, pasión, etc., nos daríamos por satisfechos? ¿En qué preciso momento estaríamos preparados para decirnos: ‘No deseo más, porque soy feliz con lo que ya tengo?
Ciertas personas han establecido un algo concreto que les reportará, al alcanzarlo, la felicidad anhelada. Es tal su claridad al respecto, que podrían estimar su volumen, determinar su forma, establecer su peso y tasar su precio. El dilema para ellos, me temo, no será tanto en si alcanzarán o no aquello con lo que sueñan, sino cuánto tiempo pasará antes de comprender que la felicidad es intangible por naturaleza, y nunca tendrá la forma que imaginaron.
No sé si la felicidad se puede explicar; creo que es más fácil razonar su ausencia. Sin embargo, si algo parece demostrado es que la persecución incesante del poder, de la riqueza o de la fama, lo que se llama ambición, no la otorga, y que el contento, no la conformidad o la resignación y si, por contra, la satisfacción de poseer lo que es más que justo para vivir, parece que si es una vía para obtenerla.
Quien todo lo quiere, todo lo pierde, y la pasión incontrolable por el logro de bienes nunca tiene fin, siendo rehenes de ella hasta el final, puesto que nada será jamás bastante. Algún día en el que nos sintamos especialmente perspicaces, volveremos la vista atrás y constataremos que no valió la pena haber sacrificado tanto, a cambio del oropel de una gloria tan efímera como vacía.
Esta es una vieja historia que quizá ya conozcáis, pero que conviene recordar para controlar la avidez...
Un famoso y adinerado empresario que se encontraba en el muelle de una hermosa ciudad costera, vio llegar guiando su bote a un pescador de la zona. En el interior de la embarcación se agolpaban varios atunes de considerable tamaño.
-¡Excelente!, elogio el empresario. ¿Cuánto tiempo le ha llevado pescar tan magníficos ejemplares?
-Apenas un par de horas,respondió el pescador.
-¿Y por qué no permanece más tiempo y saca más pescado?
-Porque tengo suficiente para cubrir mis necesidades y las de mi familia, le dijo el marino con franqueza.
El empresario prosiguió con su interrogatorio...
-Pero, ¿qué hace usted con su tiempo?
-Duermo hasta tarde, pesco un poco, juego con mis hijos y bajo hasta el pueblo por la tarde, para tomar una copa de vino y tocar la guitarra con mis amigos. Tengo una vida muy ocupada, aclaró.
El empresario, dispuesto a ayudar sinceramente al pescador, soltó de repente…
-Soy un MBA de Harvard y podría ayudarte. Deberías invertir más tiempo en la pesca y, con los ingresos, comprar un bote más grande. Con los nuevos ingresos generados por el bote más grande, podrías comprar varios botes más y, eventualmente, tendrías hasta una flota de botes pesqueros. En vez de vender el pescado e ir a un intermediario, lo podrías mandar directamente a un distribuidor y abrir tu propia procesadora. Deberías controlar la producción, el procesamiento y la distribución. Deberías para ello salir de este pequeño pueblo e irte a la capital, donde dirigirías tu empresa en expansión.
El pescador, tras aquel sermón, preguntó con ingenuidad…
-Pero, ¿cuánto tiempo lleva todo eso?
-Entre quince y veinte años, calculo.
-¿Y luego qué?
El empresario sonrío y le dijo que esa era precisamente la mejor parte.
-Cuando llegue la hora deberías anunciar una OPA (Oferta Pública de adquisición de Acciones) y vender los valores de tu empresa al público. Serás rico y no podrás ni calcular los millones que guardas en el banco.
-Millones... ¿y luego qué?
-Luego te puedes retirar con todas tus ganancias. Te podrás ir de la capital e instalarte en un pueblo de la costa, si te gusta pescar. Podrás dormir hasta la hora que te plazca, jugar con tus hijos cuanto quieras, hacer siesta y salir a pasarlo bien con tus amigos.
El pescador concluyó: ¿Qué diferencia hay entre eso y lo que ya tengo ahora?