Me gustó comprobar como la batería de buenos consejos que la gente reconoce como tales, no es tan variada como se pueda pretender y que había una coincidencia mayoritaria en bastantes de ellos. Quizá eso nos indique que para vivir felizmente, basta sólo con el respeto a una serie de normas extraordinariamente simples, rebosantes de sentido común y, por otra parte, de una eficacia contrastada a lo largo de siglos de humana experiencia vital.
Entre los consejos más repetidos se citaban estos:
- Sonríe lo máximo que puedas y no te dejes abatir por las circunstancias jamás.
- Mira a la gente a los ojos cuando te habla y hazle preguntas. A todo el mundo le gusta ser escuchado.
- No te olvides de que el bien genera el bien y el mal genera el mal.
- En esta vida no se puede tener todo.
- Preocúpate de hacer bien lo tuyo sin mirar a los demás.
- Repite siempre a los que te importan lo mucho que les quieres.
- Ayuda a los demás cuando tengas oportunidad.
- Si haces las cosas, que sea porque es lo correcto y lo que en ese momento crees que está bien. Nunca hagas nada esperando agradecimiento o porque pretendas algo a cambio.
- Tiende tu mano y amistad a quien nadie lo hace.
- Todo el mundo es necesario, pero nadie es imprescindible.
- El que siembra recoge.
- No despilfarres lo que tengas hoy, porque no sabes si lo necesitarás mañana.
- No juzgues a la ligera.
- Siempre se tú mismo -gustes o no gustes-. ¡Único!
Todos, al volver la vista atrás, recordamos algún buen consejo que nos dieron y que pudo cambiarnos la vida... si lo hubiéramos atendido. Todos los consejos no seguidos, me temo, forman parte de un limbo en el que esperan turno para ser transmitidos de nuevo y esta vez con la esperanza de ser atendidos al fin.Reflexión final: conviene no olvidar que dar un consejo es contraer un compromiso y que requiere de una especial habilidad que no todo el mundo posee, porque, como decía Joseph Addison: “Ninguna cosa hay tan difícil como el arte de hacer agradable un buen consejo.”