462.- “Mi tejado y mi casa han ardido; ya nada me oculta la luna que brilla.”

Por Ignacionovo
Autor: Haiku Japonés. Nuestros ojos están aún inflamados por la sobreexposición a las imágenes del horror en Japón. Tras la incredulidad inicial ante la magnitud de la tragedia, dimos paso a la desolación por sus dramáticas consecuencias y al desconcierto ante el comportamiento ciudadano del pueblo japonés, capaz de asumir impasible la conmoción cuando, objetivamente, en otras partes del mundo algo similar hubiera propiciado un escenario de espanto y dolor ilimitados.
Las tan manidas diferencias culturales, que no implica la carencia de sufrimiento, sino el comedimiento y la contención en la expresión hasta extremos inimaginables, es lo que puede explicar el porqué la vida ha continuado fluyendo en Japón de una manera razonable.
Quizá todo se deba al Yamato-Damashii (大和魂 "espíritu iluminado") una frase acuñada, al parecer, en el período Heian para describir el "espíritu" nacional japonés; los valores indígenas en comparación con los valores culturales importados a través del contacto con la dinastía Tang de China. Es decir, el alma auténtica del viejo Japón.
Así se explicaría la primera parte: cómo recibir una tragedia gigantesca con tal grado de imperturbabilidad. La segunda parte, cómo poder superarla, se justificaría a través de otro término genuinamente japonés Gambarimasu, palabra cuya traducción sería "voy a tratar de hacer lo mejor posible", "voy por ello” o “voy a hacer mi mejor esfuerzo.” Los japoneses repiten a menudo este vocablo con el afán de sacar adelante un empeño personal o colectivo.
Hay un pequeño grupo de personas, apenas treinta en todo el mundo, que poseen una peculiaridad genética que las hace incapaces de sentir ningún daño. “Estas personas están completamente sanas, son de inteligencia normal, pero no saben qué es el dolor", según el genetista clínico C. Geoffrey Woods, que estudió a un grupo de estos pacientes en el norte de Pakistán. Pueden sentir el tacto, el calor, la vibración y la posición de su cuerpo en el espacio. Sin embargo, para ellos los conductos radiculares no son dolorosos, como para el resto lo son caídas, quemaduras o golpes. Por ejemplo, una mujer con indiferencia congénita al dolor dará a luz sin sentir nada.
Hay veces que uno piensa, y sobre todo al contemplar las terribles consecuencias del terremoto-tsunami de Japón, que sería mejor formar parte de esa pequeña ‘elite’ que es incapaz de sentir ningún tipo de estrago. Sin embargo, concluyes que el dolor forma parte de la vida y que a pesar de que a veces nos parezca insoportable, nos hace madurar y evolucionar hasta completar el puzzle de la persona que debemos ser.
Ante una situación como la de Japón, sólo cabe valor para aceptarla y esperanza para superarla. El dolor siempre busca la causa de las cosas y hay veces que tenemos que entender que el dolor no tiene causas, sólo consecuencias.
Reflexión final: “En algún lugar del alma se extienden los desiertos de la pérdida, del dolor fermentado; oscuros páramos agazapados tras los parajes de los días.” (Sealtiel Alatriste)

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