Autor: Sófocles. Poeta trágico de la Antigua Grecia y autor de obras como Antígona o Edipo Rey, Sófocles se quejaba en una ocasión de que la composición de tres versos le había llegado a costar, en algunos casos, hasta tres días de trabajo. Alcesto, un poeta joven que no llegó a triunfar, le contestó que él había escrito trescientos en ese mismo tiempo. Entonces el ya sabio y anciano Sófocles replicó: “Lo creo. Pero los tuyos sólo durarán tres días, en tanto que los míos serán eternos“.
Vocación de infinitud y pleno convencimiento de su maestría exhibía Sófocles, lo que siempre y cuando se posean argumentos podrá parecer vanidad (y lo es), pero resulta tolerable. De otra manera ya sabemos que sólo provoca conmiseración.
Sófocles nació cerca de Atenas, ciudad a la que estaría fuertemente vinculado durante toda su vida como ciudadano y escritor trágico. Sus convecinos lo adoraban y buena prueba de ello son las muchas 'Victorias' que alcanzó en los certámenes dionisiacos con la representación de sus obras. Aristóteles le dedica un lugar predominante en su Poética, y dijo de él: "Retrata a los hombres como deberían ser, mientras que Eurípides los retrata como son".
Cuenta la leyenda que a Sófocles le sobrevino la muerte como consecuencia de la impresión que le causó una buena noticia, lo cual, dentro de las infinitas y desagradables alternativas, no parece una manera especialmente infausta de dejar este mundo.
Recordamos en la parte final de la entrada de hoy uno de los más célebres pensamientos insuperables de Sófocles…
"Hay muchas maravillas en el mundo, pero nada es más admirable que el hombre. Él se traslada en el encrespado mar llevado del impetuoso viento, atravesando el abismo de las rugientes olas. Y a la Tierra, la excelsa, eterna e infatigable diosa, le arranca el fruto año tras año con su arado y con sus mulas. Se apodera de las leves y rápidas aves tendiéndoles redes y apresa a las bestias salvajes y los peces del mar con mallas debidas a su habilidad. El ingenio del hombre le permite dominar a las bestias que pueblan los montes, domestica al caballo salvaje y le impone el yugo a la cerviz del indómito toro. Con el arte de la palabra y el pensamiento, sutil y más veloz que el viento, pergeñó en las asambleas las leyes que gobiernan las ciudades.
Maestro de sí mismo, aprendió a evitar las molestias de la lluvia, de la intemperie y del crudo invierno. Se creó recursos para todo y por estar bien provisto no ha de hallarlo desarmado el futuro. Solamente contra la muerte no tiene defensa, aunque supo hallar remedios para incontables males.
Dueño de su ingeniosa inventiva que supera toda ambición, el hombre se encamina por momentos hacia el bien o hacia el mal, y así suele violar las leyes de la patria o quebrantar el sagrado juramento a los dioses."
Reflexión final: ya pueden transcurrir siglos que, en esencia, seguimos siendo la misma -a veces absurda, a veces brillante- estructura celular andante, que puebla este planeta de maravillas y decepciones.
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