Cualquiera que lea el título de esta entrada se quedará como mínimo pensativo, y más de uno boquiabierto, y es que 47 putas son muchas; pero a otros todos esos datos le resultarán harto familiares y les conducirán inevitablemente a lo que fue la última película de David Lynch: sí, estoy hablando de INLAND EMPIRE. Y si en mi pasado post titulado “Mulhollandeando” decía yo que “Mulholland Drive” era la obra cumbre de Lynch, me rectifico a mí mismo y declaro ahora que no, que la obra cumbre lynchiana por excelencia es sin lugar a dudas “INLAND EMPIRE”, sí señor, he dicho...
La historia:
Este “imperio interior” es el más íntimo, intrínseco e íntegro de la filmografía de Lynch, es el compendio total de toda su carrera, es el “hasta aquí hemos llegado”, después de ello sólo queda el horizonte eterno visto desde un desierto. El universo Lynch no requiere ser entendido como las típicas películas standard de toda la vida, es un universo para ser vivido, explorado, y revisitado hasta la más ardua saciedad (y aquí me entra la risa floja con aquellos detractores de siempre que dicen que es una mala película porque no se entiende, y de paso se burlan de los fans lynchianos acusándonos de dementes y paranoicos). Para empezar, decir que a Lynch no se le ocurrió nada más difícil y tortuoso como trama, que utilizar la temática de “cine dentro del cine”, vemos en una película cómo se está rodando una película; de paso y por asociación de ideas, mi memoria me lleva al poema de Edgar Allan Poe titulado “A Dream within a Dream”, un sueño dentro de un sueño; así que nada más apropiado ya que Lynch es un fiel adepto a los pantanosos terrenos de lo onírico. Vemos precisamente en la escena final, como una vez terminada de rodar una de las escenas, Sue/Nikki entra en una de las salas de proyección y se contempla a sí misma en la gran pantalla pero en tiempo real, algo escalofriante, menuda idea la del genio Lynch, ¿quién la está filmando ahora y por qué? ¿o simplemente se refiere a una metáfora de que cada uno debe interpretar el papel de su vida?, como sea, repito que es una idea maravillosa. También hay que hacer acuse de recibo de las contínuas pérdidas de identidad y desdoblamientos de personalidad en varios de los personajes: “no soy quien crees que soy”, “me habías visto antes”, etc. Otra de las peculiaridades de la filmación es como Lynch se recrea en esos salvajes primeros planos de los que abusa constantemente a lo largo de las tres horas de película, los rostros aparecen como deformados y logran dar mucho más miedo de lo habitual, quizás era ese el efecto que Lynch perseguía. Se suceden varias historias paralelas, intercaladas y superpuestas, e incluso escenas repetidas, como la del asesinato con el destornillador y la del interrogatorio; el tiempo ha desaparecido o corre en círculos concéntricos a medida que la historia se va desarrollando, de hecho es lo que Sue/Nikki explica, no sabe si lo que le está ocurriendo pertenece al hoy o al mañana, e incluso es lo que la vecina extranjera dice al principio de la película: -”Si fuera mañana Usted estaría sentada ahí delante”, y Sue/Nikki mira y se ve ahí sentada con unas amigas; y la película termina precisamente ahí, la vecina extranjera mira de nuevo y cuando lo hace Sue/Nikki se ve de nuevo sentada, pero sola y tranquila, feliz, sí, feliz porque el círculo se ha cerrado y todo ha ido bien...
El reparto de actores:
Para colmo tenemos la magnífica interpretación de Laura Dern, en el que es y será ya para mí siempre, el papel de su vida: esa cara de perdida, flipada, arrebatada, desquiciada, nos lleva a la demencia total de una simple actriz que ha perdido los papeles (nunca mejor dicho) y confunde la realidad con la ficción, y a veces incluso con la imaginación. Como digo y repito: insuperable interpretación. De paso decir que para esta película, Lynch reunió de nuevo a su verdadera madre: Dianne Ladd en el papel de la malvada Marilyn Levens, enfrentándose las dos en sus respectivos papeles durante la escena de la entrevista, igual que ya sucediera en “Wild at Heart” (corazón salvaje) donde ambas interpretaban a una madre autoritaria y a su hija.
Y ¿qué decir de nuevo del magnífico y guapazo Justin Theroux?, si ya nos convenció plenamente en su papel como Adam Kesher, director de cine en Mulholland Drive, aquí es un actor que hace de actor, en esta ocasión sin gafas, mucho más atractivo, en ciertas escenas parece incluso uno de esos hermosos galanes de la época gloriosa de Hollywood.
O el fenomenal principio con la inconfundible Grace Zabriskie en su papel de vecina extranjera de los balcanes, con ese raro acento que pone en su conversación; esta mujer es un crack de la interpretación, ya bordó su histórico papel como madre de Laura Palmer, o como Juanita Durango en Corazón Salvaje, pero aquí le basta aparecer en el intro de la película para darnos la confianza de que estamos ante un producto Lynch de calidad.
También recordar la presencia de otro de los secundarios de Lynch, nada menos que Harry Dean Stanton, en ese estrafalario papel de ayudante de dirección, con su singular rostro de perdedor o perdido, tanto monta. Y del actor que hace de director de la película ni lo voy a nombrar siquiera porque nunca me ha gustado, con esa cara tan vulgar de indigente...
Del casting Made in Poland, destacaría al guapazo actor que hace de marido de Sue/Nikki, el actor polaco Peter J. Lucas, muy atractivo en los varios papeles que se le adjudican ahí.
Pero sobre todo destacaría al actor Krzysztof Majchrzak (vaya nombrecito, me lo imagino en primer curso intentando escribir su nombre sin dejarse una sola letra, ja, ja, ja) que da vida a ese oscuro y terrorífico personaje apodado “El fantasma”, su diabólico rostro y su manera de hablar y de moverse dan verdaderos escalofríos, muy acertada la elección de este actor. Y qué decir de la selección de putas, que no son 47, pero supongo que más de una docena si salen en escena, no sé, como todas tienen la misma cara de puta me cuesta diferenciarlas, y no me refiero a que como se visten y maquillan como putas parecen putas y ya está, sino que lo llevan claramente escrito en sus caras, son putas de nacimiento oiga!!! cuánto vicio destilan sus miradas!!! ja, ja, ja, ja, ja... Ah!!! y más gracia me hizo que leyendo los créditos, al leer los nombres de ellas, resulta que hay una que se llama: Fulani Bahati, se llama Fulani, ja, ja, ja... lo que yo decía: lo llevan en la sangre...
Los conejos:
Parece ser que en el 2002, Lynch dedicó a sus incondicionales una especie de comedia oscura a través de su página web. La serie se tituló Rabbits ("Conejos") y constó de ocho episodios plenos de surrealismo que se desarrollaban en una extravagante habitación de tonalidades mohosas, y habitada por extrañas personas con cabeza de conejo. Lynch recupera ciertos pasajes de esta serie y los mete en el imperio interior, donde a primera vista parece no tener mucho sentido, pero después nos enteramos que es la “apertura” esencial de la que se habla al principio de la historia y que comunica ambos mundos de realidad/fantasía, de hecho hay varias escenas en las que vemos como ciertos personajes se superponen a los conejos. ¿Quizás Lynch quedó también prendado de aquel discípulo suyo Richard Kelly, y de su historia conejera “Donnie Darko” que había rodado precisamente un año antes?, je, je, je, je... Por cierto, qué mono estaba Jake Gyllenhal en el papel de Donnie Darko, sobre todo cuando dice aquello de “¿Qué sentido tiene vivir sin una polla?...
Lynch autohomenajeándose:
LAURA HARRING (qué OjOs)...
Pues sí, a lo largo de las tres horas de película hay una serie de guiños que nos recuerdan escenas de otras películas lynchianas, empezando por esa tensa música que nos lleva una y otra vez a los paisajes boscosos de Twin Peaks, y esas pesadas cortinas rojas de terciopelo donde se perdía el agente Cooper, o el hombre serrando un tronco durante los créditos; o la escena final con esa pieza musical titulada “Polish Poem” cantada por Chrysta Bell a la manera de Julee Cruise, es calcada a “Mysteries of Love” de Blue Velvet; o la conversación entre el marido de Sue/Nikki y Devon acerca de que los actos tienen sus consecuencias, recordando la escena del cowboy con Adam Kesher en Mulholland Drive, etc. Pero uno de los guiños que quiero señalar es la aparición estelar de Laura Harring enviándole un beso aéreo a Laura Dern (el relevo) en la escena final de los créditos: está fantástica, ahí sentada con su traje negro, recién salida de la carretera Mulholland. No quiero dejar de decir que no sé qué vio la gente en Naomi Watts para aclamarla tanto y dejar de lado a Laura Harring, con esos ojazos y esa exuberancia producto de la mezcla entre México, Austria y Alemania, para mí ella es la que llevaba toda la historia y no la otra...
MMXI = XIM+M
Podría seguir escribiendo acerca del imperio interior, pero me callo ya un rato y dejo como colofón un precioso artículo (EL MEJOR) que encontré sobre la película en un blog de cine llamado así: Blog de Cine, y escrito por Adrián Massanet:
-“¡Soy una puta! ¿Dónde estoy? ¡Tengo miedo!”
Nikki Grace (Laura Dern)
Creo que un verdadero artista no se define por su esmero a la hora de complacer a quienes acuden a ver su trabajo, ni siquiera a aquellos devotos que alaben su obra. Se define por su lealtad a sí mismo. En ese sentido, me parece dudoso que haya muchos directores, muchos artistas, a la altura de David Lynch. Las, escasas, excepciones podrían ser las de Zhang Yimou, Roman Polanski, Terrence Malick, Alfonso Cuarón, James Cameron, Michael Haneke, Francis Ford Coppola, Hayao Miyazaki, Wong Kar Wai y muy pocos más, verdaderos guardianes de un oficio que ya, a diez años del inicio del siglo, parece al filo de su extinción. Lynch, en la recta final de su carrera, cuatro años después de su irregular ‘Mulholland Drive’, lleva a cabo una verdadera bomba nuclear cinematográfica, la constatación final de que a Lynch le trae sin cuidado las expectativas, y que sólo sabe ser fiel a su propia personalidad.
Porque con su décimo largometraje, el cineasta de Montana se pasa por el forro conceptos tales como la trama, la progresión dramática, la construcción narrativa, el ritmo externo, la planificación visual convencional, el antaño venerado soporte del celuloide, para adentrarse con más tesón e inspiración que nunca en el fango de lo abstracto y lo onírico que tantos llaman de forma equivocada (a mi entender) experimentación, desacostumbrados como estamos a que las imágenes y los sonidos sean empleados de una forma tan libre y poética. Y Lynch se desenvuelve en ese fango con total naturalidad, marcándose un camino formal y unas reglas internas que jamás abandona, llegando a sus últimas consecuencias en su elaboración del cine más personal e inclasificable que quepa imaginar. Tras diez largometrajes y casi treinta años de carrera, Lynch lo consigue de una forma tan bella como extraña.
Aún así, no comparto la percepción habitual acerca de que esta película signifique un laberíntico galimatías sin el menor sentido, aunque sí es cierto que Lynch, en total complicidad con su montadora y productora (y esposa) Mary Sweeney, no tiene el menor interés en contar su historia del modo en que diez mil directores contaron las suyas antes que él, y no va a dar respuestas fáciles. Eso no quiere decir, necesariamente, que el visionado de ‘Inland Empire’ requiera de un manual de instrucciones ni de que el espectador necesite preguntarse a cada minuto qué simboliza cada cosa, o cuál es el enigma de cada secuencia, en lugar de dejarse llevar por el torrente de fascinación visual que propone este gran cineasta en las casi tres horas de metraje de esta película. La historia de una actriz cuyo papel en una película va haciéndose más real que su propia vida es quizá el poema definitivo de Lynch.
Portentosa Laura Dern
Y esa actriz en peligro no podía ser por otra que la maravillosa Laura Dern, que según las propias palabras del director es: “la mejor actriz con la que he trabajado en mi vida”. La cámara digital de Lynch construye una verdadera declaración de amor al talento y la belleza de esta mujer irrepetible, que está portentosa en un papel dificilísimo y es el verdadero corazón y alma de la película, a pesar de que probablemente su personaje no sea más que una proyección imaginaria de otra mujer, cuyos demonios interiores, cuya inseguridad y cuyos celos, inventan un alter-ego de sí misma, como estrategia para vencer a esos demonios. Otros tendrán otra explicación o teoría acerca de lo que nos quiere contar esta película, pero lo importante, creo, es el extremo placer sensorial que provoca la puesta en escena (el único baremo por el que podemos juzgar una obra, según el gran Jose Luis Guarner, con quien estoy completamente de acuerdo) de esta película, en la que obtenemos el aspecto visual y sonoro más elaborado, y no creo exagerar, de los últimos años.
Cuando aparecieron ‘Lost Highway’ o ‘Mulholland Drive’, muchos creyeron que eran incomprensibles, pero viéndolas hoy día no lo parecen tanto. Más bien bastante nítidas. Y creo que a poco que se observe ‘Inland Empire’ (cuyo título, por razones que se me escapan, debería ser escrito según su director todo en mayúsculas…) sin prejuicios y sin la intención de buscarle tres pies al gato, la película se revela de una claridad que desmiente el gusto por lo abigarrado, y se lanza de lleno a complementar (y superar) las oquedades de ‘Mulholland Drive’ proponiendo de nuevo el conflicto de una actriz perdida en un magma de imágenes, pero esta vez creada por otro personaje femenino que, como el Fred Madison de ‘Lost Highway’, está acosada por los celos más irracionales, y busca una salida a una existencia patética. Por ello, ‘Inland Empire’ es una obra maestra colosal, que aúna lo más siniestro y lo más luminoso de toda la obra de Lynch, dándole un nuevo sentido físico y espiritual al mismo tiempo, destruyendo cualquier filtro emocional o estético preexistente que pueda llevar el espectador consigo.
Abandonando para siempre el celuloide que antes defendiera a muerte, Lynch se pasa al digital (con una cámara Sony DSR-PD150, una cámara muy ligera y manejable), que para él, según ha dicho, ha resultado todo un hallazgo, pues con esa cámara, y con ese formato, se siente completamente capaz de hacer lo que le venga en gana. Y así lo hizo, en un rodaje que llevó varios años, y en el que iba improvisando según le inspiraba lo que iba filmando, algo a lo que los actores Laura Dern y Justin Theroux se acostumbraron muy pronto, capaces de estar a la altura del desafío que suponía trabajar con un artista tan impredecible y anárquico como Lynch. De hecho, logró que firmaran con un guión que no estaba completo de manera premeditada, pues Lynch no quería saber a dónde iba, sólo quería filmar qué se le ocurría, estrategia suicida para el grueso de cineastas del mundo, pero de la que Lynch sale vivo con maestría.
Lo hace con la ayuda de Dern, que además de guapísima (a sus 39 años) es capaz de regalar una galería de matices inalcanzable para muchas profesionales, y con una imaginación que convierte estas casi tres horas en un abismo que pasa como un suspiro, en el que cada distorsión de la imagen, cada eco sonoro, cada bruma y cada chirrido tiene una intención psicológica y emocional. Los sonidos creados en esta película podrían ser, creo, de los más elaborados y decisivos en varios años de cine. La importancia que Lynch le da al sonido queda establecida, de una vez y para siempre, especialmente en las imágenes del disco girando (auténtico tótem del filme) o en las transiciones que son como sueños dentro de sueños. Lo que sumado a que probablemente sea un ejemplo de cine anticomercial, pone a Lynch varias galaxias por encima de otros directores que emplean los sueños como arma narrativa quedando como meros escenógrafos (y me refiero al Nolan de ‘Origen’, aunque muchos quizá ya lo imaginaban), convierten a ‘Inland Empire’ en cine radical no apto para todas las mentes.
Adrián Massanet 13 de agosto de 2010