El temor de un hombre sabio
El sol se posaba con majestuosidad bajo las copas de los árboles de la jungla amazónica. Su luz, tenue y débil, iluminaba escasamente el río del pulmón del mundo, por el cual yo estaba circulando en un bote propulsado por un pequeño motor diesel. No era gran cosa, pero no me podía quejar, era eso o quedarme en Iquitos hasta el día siguiente.
-Vaya horas de viajar, catalán! - me dijo Harry mientras movía suavemente el motor -. Un poco más, y te habrías quedado allí!
Giré mi cabeza y le dediqué una de mis sonrisas más amables como agradecimiento.
-Si! Llegué ayer en el Henry IV después de un viaje de 4 días, pero yo y mis amigos tuvimos un pequeño problema para desembarcar y no hemos podido bajar hasta hace unas horas!
-Ya veo, un poco incómodas las hamacas, ¿verdad? - se rió y dirigió su barbilla en dirección a la proa-. ¿Para qué vas a visitar a los yaguas?-Tengo una amiga francesa que me ha invitado a pasar unos días en la tribu. Les está ayudando con la agricultura o algo así.Sus ojos se clavaron en el río y, de repente, se volvieron a fijar en mí como si yo fuese el arca de la alianza o el santo grial y él Indiana Jones.-Ah, ya sé, es la chica rubia que está con ellos. ¿Cómo se llama?-Charlotte- le respondí.Si, Charlotte, la francesa que había conocido en Argentina, ella era la culpable de que me hubiese metido en la capital amazónica de Perú a través de un viaje de 4 días en un carguero. Y también era la responsable de que hubiese negociado con un local un trayecto de dos horas por el río cuando el día ya llegaba a su fin. En menuda locura estaba envuelto. Pero ya había aprendido algo importante sobre la vida en el viaje, y eso es que esta nos envía señales para que cumplamos un camino que siempre, y con esto quiero decir el 100% de los casos, es para mejor.Después de lo sucedido en Argentina, sentía que toda nuestra relación se había quedado colgada abierta, que no se había cerrado del todo y que tenía que volverla a ver para cerrar el círculo. Así que intercambiamos correos durante meses hasta que, un día, me invitó a verla en una tribu en pleno Amazonas. Acepté inmediatamente, no pude resistir las ganas de vivir una experiencia tan única y salvaje como esa (y también de cerrar el círculo, claro , claro, cof...cof...).Para cuando llegamos a la orilla del poblado, el sol ya estaba escondido y las estrellas habían salido a contemplar el espectáculo de la vida desde el firmamento. Me bajé del “bote” y le di las gracias a Harry.-Gracias por traerme hasta aquí a estas horas, creo que otro no lo hubiese hecho.-Tranquilo, ¿quieres que mañana te venga a buscar?-No, en principio voy a estar unos días y creo que los yaguas me podrán sacar de aquí cuando decida salir. Pero muchas gracias por la oferta.Asintió con la cabeza y me ofreció su mano, la cual estreché sin pensármelo dos veces. Se había portado muy bien conmigo y quería dejárselo claro. Me despedí y, cuando me dí la vuelta, una niña con la parte superior de su cuerpo al descubierto me estaba esperando.-Supertramp, Supertramp, eres tú, ¿verdad?.Me ruboricé un poco al escuchar esas palabras, pero no dudé durante ningún instante de que eso era cosa de Charlotte. Le encantaba decirme cosas sobre el blog y hacérmelo pasar mal comparándome con el magnifico protagonista de Hacia rutas salvajes.-Me llamo Teo, pero sí, soy yo. ¿ Dónde está Charlotte? Supongo que te manda ella.Luego se sacó tabaco, nos lo pasó para que fumásemos un poco mientras dábamos una ofrenda (comida) a Pachamama, a Oriknan o alguna otra deidad de por allí. Todo muy parecido al ritual al que asistí cerca de Huancayo, el de la casa del filósofo francés.
Los indígenas la usan para flipar en colores y abrazar otros planos de la realidad, incluso la llaman la soga de los muertos, porque es capaz de sacar al espíritu del cuerpo sin que este muera. Deducí que eso me iba a dar un buen viaje. En ese momento, entendí porque los guiris habían pagado una pasta para presenciar ese ritual, que los Jefferson Airplane hubiesen visitado a Jorge y que Charlotte estuviese nerviosa.
-Me has engañado – reproché a mi anfitriona.-Venga Teo, si te hubiese contado lo que era no lo habrías tomado, que ya me explicaste que no consumes nada de esto.-Pero, ¿estás locas? No puedes engañar a nadie para que tome una droga tan potente. Me lo tendrías que haber dicho. Tiene que ser una decisión personal. Se rió, cogió la guitarra, me dejó y volvió a sentarse donde, minutos antes, había tocado. Me levanté y fui directo hacia Jorge, tenia que explicarle que había tomado eso sin saberlo, entre otras cosas.-¿Oye, puedes vigilarme más de lo normal? - le pedí.-Ya tenia pensado hacerlo, tranquilo, los filósofos sois más lúcidos y problemáticos que los demás cuando tomáis yahé.Escuchar eso me alivió un poco, pero aún así, estaba nervioso como un chaval dando su primer beso. Volví a mi sitio y seguí escuchando las palabras que nos regalaba hasta que, de nuevo, Charlotte empezó a cantar la canción de White Rabbit. Entonces, algo en mí cambió, mi lógica racional desapareció y fue sustituida por algo muy diferente, había empezado el viaje.La luz del fuego molestaba a mí ojos como si estos perteneciesen a un murciélago que ha pasado toda su vida en la oscuridad, empecé a sacudir mucho la cabeza, intentando desviar la mirada de las llamas. Mientras la agitaba, vi como un conejo blanco se acercaba a mí.-Hola, ¿me puedes ayudar? - me dijo (si, y encima no me pareció anormal que un conejo hablase).-Claro, ¿qué te pasa?.-Voy tarde a mi cita con mi reina y, cuando llegue, me cortará la cabeza. - dijo mientras no paraba de moverse alrededor del fuego.-Ah, es solamente eso. Tiene fácil solución, a muchas reinas les da por cortar cabezas en estos tiempos. Tengo que ir contigo y desmontarla. - le respondí con el tono propio de una persona que ha alcanzado una certeza indudable.-Pues vamos, ¿ a qué esperas?.Me hizo una señal hasta la jungla y salió corriendo hacia ella. Un gran sentimiento de urgencia se apoderó de mí en ese momento, me levanté y lo seguí hacia las profundidades de la selva amazónica, tenia que ayudarle.Corrí millas y millas hasta que las luces de la fogata se extinguieron detrás del panorama vivo y oscuro que formaban los grandes arbustos que crecían con una voluntad capaz de tocar las estrellas. Al poco tiempo, perdí el conejo de vista, pero estaba convencido de saber hacia donde se dirigía, así que seguí adentrándome en la ciudadela de los hijos de Pachamama.Pronto dejé atrás a Jorge, a los guiris, a los yaguas, a Charlotte cantando otra vez “White Rabbit”, pero no me importaba, ese conejo había pasado a ser la prioridad número uno de mi vida. El destino secreto de todo ser humano.
-¿Por qué corres tanto si necesitas mi ayuda? - pensé.
El silencio de la madrugada invadía la selva y los amantes de la harmonia solamente eran molestados por el ruido que provocaban las suelas de mis bambas al chocar contra la salvaje tierra húmeda.
Finalmente, volví a alcanzar al animal, se había parado enfrente de una madriguera, un agujero de medio metro que había sido excavado con mucha ambición debajo de un árbol de unos 200 palmos de altura.
Me aturé a su lado y lo observé. Giró la cara hacia mí y apuntó sus ojos hacia el cielo. Hice lo mismo y me di cuenta de que las nubes se habían ido, el cielo estaba despejado y en su trono reinaba la luna, amarillenta y grande como un sol de verano. Dejó caer sus rayos de luz sobre los ojos del animal, transmitía una inocencia y una humanidad propias de un niño de 4 años. Me recordó a mi perrita, Babi.
De repente, su mirada se volvió a posar en mí y adquirió un tono que despertó un miedo que no sabia que albergaba mi corazón. No era un niño de 4 años no, era el heraldo del terror. El miedo se apoderó de mí y mi corazón empezó a latir a una velocidad bestial, mi alma quería abandonar el mundo de los vivos para vagar libremente por el pulmón del mundo, la soga de los muertos estaba haciendo honor a su nombre. En otras palabras, la droga me estaba jodiendo.
Los latidos iban cada vez más rápidos, si no paraban temía que iba a explotar, lo que significaba un bye bye hasta otro ratito vida. Escuché una voz que parecía provenir de otro mundo.
-Tranquilo Teo, ayuda al conejo para pasar al siguiente estadio -
Era Jorge, estaba tranquilizándome. Por un momento, el escuchar su voz funcionó, no me hizo volver a mi lógica racional ni recordar que estaba bajo los efectos de la droga, pero provocó que mi corazón volviese a un ritmo aceptable.
-Vamos, ayúdame – me dijo el conejo, el cual ya había adquirido de nuevo una mirada tan inocente como un año nuevo.
-¿Dónde está la reina?.
-Aquí abajo, sígueme.
El conejo saltó por la apertura de la madriguera y yo, loco perdido, no vacilé en ningún momento a la hora de seguir su ejemplo. Caí por un largo tobogán compuesto de troncos, tierra y hojas hasta que llegué a una gran sala subterránea oscura, más oscura incluso, que una noche sin luna.
Caminé un poco en busca del rastro del animal. No podía ver otro color en esa sala que no fuese el negro. No había nada más y, si lo había, la ausencia de luz no me permitía verlo. Pronto me cansé de buscar en vano, me aturé y me senté, reposando mis brazos sobre mis rodillas dobladas.
¿Y ahora qué? Le van a matar y no voy a poder evitarlo – me dije.
Entonces, como si de un mandato divino se tratara, se hizo la luz. Hasta el rincón más profundo de ese lugar se llenó de una luz tan blanca como la nieve del más fuerte de los inviernos. Me volvió a invadir el pánico, no estaba solo en la madriguera, miles de conejos me rodeaban con esa mirada terrorífica que tanto me había asustado en la base del árbol.
Iban caminando con aplomo e iban reduciendo, cada vez más, el círculo en el cual yo era el centro. El corazón me iba a mil pulsaciones por segundo otra vez y mi cuerpo no paraba de mostrar su inseguridad.
-¿Qué queréis? - dejé escapar con una voz temblorosa.
-Mirarte, eres tan extraño que nos gusta contemplarte! - gritó uno de esos mamíferos.
Eso provocó que mi alma se molestase más todavía y que mi corazón fuese más rápido que el motor de reacción de un jet.
-¿No te gusta que te miremos? – gritó otro.
-No, nada.
-Pues nos vamos, adiós. -dijeron mientras desaparecían (absurdo, eh?).
Me tranquilicé y escuché la voz de Jorge que me pedía algo de tranquilidad. Que estaba reviviendo los miedos más profundos de mi ser. Pensé y pensé hasta que llegué a la conclusión de que significaba todo eso, cual era mi miedo primario.
Entonces, la luz blanca se volvió más cegadora para perder luminosidad y convertirse en una luz de habitación. Mi mano derecha estaba cogiendo un libro de una estantería cuando sentí que alguien me cogía la izquierda. Miré hacia abajo, había una niña de unos 10 años. Tenia el pelo rubio, los ojos tan azules como el más limpio de los océanos y la piel blanca.
-Papá – me dijo mientras me estiraba de la mano – le pasa a algo a Alaska, está enferma.
-Vamos a ver qué le pasa, Silmeria (si, como la valkyria).
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