495.- "Yo tengo un sueño"

Por Ignacionovo
En 1964 Marthin Luther King Jr. se convirtió en la persona más joven en recibir el Premio Nobel de la Paz por su trabajo para poner fin a la segregación y la discriminación racial. En el momento de su muerte, asesinado en Memphis, Tennessee, en 1968, había reorientado sus esfuerzos en acabar con la pobreza y detener la guerra de Vietnam.
"Yo tengo un sueño" (I have a Dream), es el nombre popular de su discurso más famoso. En él habló elocuentemente de su deseo de un futuro en el cual negros y blancos pudiesen coexistir armoniosamente y como iguales. Dicho discurso, pronunciado el 28 de agosto de 1963, fue un momento decisivo en el Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos y está considerado como uno de los mejores discursos de la historia.
Las palabras motivan, inspiran, reconfortan, alientan, empujan, acarician, pero también hieren, violentan, destruyen y apagan. Tienen el poder de iniciar y el poder de clausurar. Nunca dejemos de darles la importancia que merecen, porque son capaces tanto de proyectar una vida hasta límites desconocidos, como apagar todo su posible fulgor y consumirla en las sombras de la desesperación. Y agradece cada palabra que te motive a soñar y desprecia aquellas que te digan que no tienes derecho a hacerlo.
LA ESPERANZA
Este discurso, pronunciado por Martín Luther King en la recepción del Premio Nobel de la Paz de 1964, es un canto a la esperanza para todo hombre que cree en la fuerza liberadora del amor.
«Hoy, en la noche del mundo y en la esperanza de la Buena Nueva, afirmo con audacia mi fe en el futuro de la humanidad. Me niego a creer que las circunstancias actuales hagan incapaces a los hombres para hacer una tierra mejor. Me niego a creer que el ser humano no sea más que una brizna de paja azotada por la corriente de la vida, y sin tener posibilidad alguna de influir en el curso de los acontecimientos.
Me niego a compartir la opinión de aquéllos que pretenden que el hombre es, hasta un punto tal, cautivo de la noche sin estrellas, del racismo y de la guerra; que la aurora radiante de la paz y de la fraternidad no podrá nunca llegar a ser una realidad.

Me niego a hacer mía la afirmación cínica de que los pueblos irán cayendo, uno tras otro, en el torbellino del militarismo, hacia el infierno de la destrucción termonuclear.

Creo que la verdad y el amor sin condiciones tendrán la última palabra. La vida, aun provisionalmente vencida, es siempre más fuerte que la muerte. Creo firmemente que, incluso en medio de los obuses que estallan y de los cañones que retumban, permanece la esperanza de un radiante amanecer. Me atrevo a creer que, un día, todos los habitantes de la tierra podrán tener tres comidas al día para la vida de su cuerpo, educación y cultura para la salud de su espíritu, igualdad y libertad para la vida de su corazón. Creo igualmente que un día toda la humanidad reconocerá en Dios la fuente de su amor.
Creo que la bondad salvadora y pacífica llegará a ser, un día, la ley. El lobo y el cordero podrán descansar juntos, cada hombre podrá sentarse debajo de su higuera, en su viña, y nadie tendrá ya que tener miedo. Creo firmemente que lo conseguiremos.»