5 años de blog y no se me ocurre qué contar. Me queda el socorrido recurso de los ingleses: hablar del tiempo. En esta época el tema no da para mucho: es verano y hace un calor sofocante. Claro que, tratándose de un cumpleaños, parece más adecuado escribir sobre el otro tipo de tiempo, con distinta etimología. Un tema curioso el de la etimología, el weather inglés comparte origen germánico con wind (viento), lo que de por sí da idea del maravilloso clima de las islas británicas. El tempus latino se refiere a un momento puntual de tiempo, y por eso se asocia al clima de ese momento, mientras que al todo hace referencia aevus, de donde surge longevo, que también genera aetas, del que provienen edad y eterno. (Hasta aquí la sección lingüística, que dejo para el Catedrático y la Señora).
¡5 años! No, no voy a echar la vista atrás, he preferido dejarme llevar.
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Un día a día, eso es la vida. Un fragmento infinitesimal del tiempo del universo, un trozo compartido de eternidad. La vida es un reloj que avanza y retrocede con cada movimiento de sus manecillas, se aleja del principio y se acerca al final. En los recuerdos ese tiempo se dobla y el presente se cruza con un instante marcha atrás mientras sigue hacia adelante. ¿Y que ocurre al alejarse? El tiempo se queda, y se va contigo, es un mismo tiempo de recuerdos distintos.
Un fragmento del tiempo es también una nota, un compás, una melodía. Tiempo, música y vida comparten la misma esencia. La música es la huella que la vida deja a su paso, el eco de un movimiento, una vibración semejante a la de la aguja que recorre un surco sobre un disco. Cada suceso posee un ritmo, un estribillo, un verso, y estrofa a estrofa completan la sinfonía, una oscilación en el tiempo, épocas que confluyen y se separan, universos que se extienden en un vacío que no es tal.
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El gran reloj lunar era un molino, dijo. Registra todos los granos del Tiempo -los grandes granos de los siglos, y los pequeños de los años, y los diminutos de las horas y los minutos- y el reloj los pulveriza, suelta el Tiempo en silencio como un polen fino que el frío viento arrastra para cubrir con su polvo cada rincón de la ciudad. Las esporas de ese reloj se alojan en tu carne para arrugarla, para hacer crecer tus huesos hasta dimensiones monstruosas, para deformar tus pies hasta reventar tus zapatos. ¡Oh, cómo esa grandiosa máquina de la torre repartía el Tiempo en el viento! Ray Bradbury.
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Y, por supuesto, no debe faltar la música... ¡Ella!