日本のごちそう | 5 Comidas para gozar en Japón

Por Infojapan

Este post es para hambrientos sin prejuicios, sin miramientos y sin chorradas como diría el gran cocinero David de Jorge. Aquí os queremos presentar unas pocas fotografías de platos que puedes encontrar por toda la geografía de este país lleno de estupideces superficiales y genialidades propias de otro planeta a partes iguales.

Empecemos con el “Rey de la casa”

Kobe no solo es famosa por su extraordinario puerto con unas vistas a-l-u-c-i-n-a-n-t-e-s al mar, su carne, la de vacuno, es una de las más preciadas de todo el mundo. Según cuenta la leyenda, parece que los ganaderos de esa zona del país dedican buena parte de su dinero en tratar a las susodichas como puñeteras marquesas en su mansión, utilizando para ello música clásica para que se relajen corporalmente y reiterados masajes con el objetivo de que, una vez “licenciadas en la universidad”, su carne sea más tersa y gustosa.

En Kobe podéis encontrar decenas de restaurantes donde comerla (en próximos post os enseñaremos uno de estos lugares), su precio es altísimo, sin embargo, hay que decirlo, su sabor es extraordinario. La fotografía siguiente es referente a un restaurante en donde se puede degustar un menú de carne de Kobe por unos 3000 yenes (25€ más o menos). Un menú rácano en carne que dejará a más de uno con ascendencia vasca con ganas de comerse hasta la tabla de la mesa, aunque la calidad de la carne es exquisita; vale la pena, por tanto, probarlo aunque sea una sola vez.

El néctar supremo: Curry con diversos aderezos

Tiene bemoles que en el país del pescado uno de los platos que más hemos devorado haya sido cualquiera que llevara curry. Y es que este plato indio está por todas partes; puedes encontrar centenares de restaurantes y cadenas por casi cualquier ciudad y pueblo y, por supuesto, obligamos a que visitéis para que podéis gozar como Dios manda.

De dulce entrada al paladar, se pone bribón a la mínima, dejándonos la boca como si nos hubiera pegado un derechazo Mike Tyson. Y es que tenemos que tener mucho cuidado a la hora de elegir el sitio al que visitar pues, los menos amigos del picante pueden pasar unos malos momentos. Aunque, si bien es cierto, en la mayoría de locales, la cantidad de picante es normal tirando a baja, podemos tener una no buena sorpresa en nuestro paladar si nos adentramos en los más “caseros”.

Normalmente, existen muchas maneras de tomarlo, aunque os recomendamos que escojáis el curry con cerdo rebozado por encima denominado KATSU KAREE (カツカレー), que, a parte de ser sorprendentemente exquisito, os dará fuerzas para seguir vuestro camino. En las fotos siguiente podéis ver un susodicho, y otro acompañado con una hamburguesa.

Y recordad que en los restaurantes de curry se cumple siempre la máxima de: las variables tamaño y limpieza del local son inversamente proporcionales a sabor y picor.

La joya de Osaka: Okonomiyaki

El placer en Osaka tiene nombre y se llama Okonomiyaki. Una prima lejanísima de la tortilla ( y tan lejana), que lleva una ingente cantidad de ingredientes que varían en función de la zona donde la comáis. Pariente, en cuanto a sabor, al “Takoyaki” (bolitas crujientes rellenas de pulpo), os prohibimos desde este humilde blog que, si pasáis por la ciudad de Osaka, no paréis para devorarla. Eso sí, perded un poco de vuestro tiempo en buscar uno de esos restaurantes con una buena plancha en la mesa de los comensales, donde os la harán delante de vuestras respetables narices y, sin bragas y a calzón quitado, podréis ver cómo se mezclan todos los ingredientes en un pequeño bol, para luego ser juntados con huevo en la susodicha plancha, y así crear uno de los productos más famosos de toda la geografía nipona. En la siguiente fotografía podéis ver el resultado.

Udon: alimento milenario

Uno de los platos más extendidos y maltratados fuera del país de todo la carta de productos del imperio. El udon no es más un fideo hecho de harina que lleva llenando los estómagos de los más humildes ciudadanos nipones desde, nada más y nada menos, que el siglo VI.

Como una de las joyas de la corona dentro de la rica oferta gastronómica, su variedad y oferta es absolutamente desbordante. Restaurantes cuyos fideos son la atracción principal hay casi en cada esquina, y cualquiera es una buena opción para pasar unos minutos casi tocando el Cielo.

Con caldo, sin caldo, fríos, calientes, con un huevo crudo, con cebollino, con curry, con carne o solos, cualquier forma es buena para poder comerlos. Cerrad los ojos y atreveos con cualquier fórmula.

Y desde aquí os recomendamos la tempura como mejor aliado para acabaros cualquier bol de este fideo largo como un día sin pan. Existen restaurantes en donde, además de poder elegir de entre una gran variedad de este fideo, disponen también de una oferta en tempura (verduras, pescados, huevo, carne), que os quitarán el habla. Un buen “Kamatama udon” (tan simple como udon con huevo crudo encima), y una tempura de pollo frito y verduras os quitarán el habla durante días. Palabra.

Tan solo 5 letras: R A M E N

Einstein decía: “Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y de lo primero no estoy seguro”. A lo que añadimos: las variedades de ramen.

Japón es ramen y ramen es Japón; forman una simbiosis eterna que jamás podrá ser rota. La “ciencia” de este plato se ha llevado a tal extremo que, cada cocinero de cada pueblo, ciudad o aldea, tiene su receta. Cada región de Japón tiene su ramen, distinto y característico, que conforma casi una identidad regional de la que están muy orgullosos todos los nipones. Un ramen de Hokkaido no sabe como uno de Kyuushuu. Dejaros de franquicias y cadenas de comida rápida, iros a visitar los pequeños locales donde está la VERDAD de este plato.

Patearse una preciosa zona rural soleada y verde, andar hasta agotarse uno, hasta que las tripas le recuerdan a uno su humanidad y, conduciéndole a uno casi sin notarlo, acabar comiendo en un pequeño restaurante, de no más de 10 asientos, en donde un vejete, de pícara y sufrida sonrisa, nos atiende amablemente, no sin antes dudar durante unos segundos de nuestras intenciones. Sentarse en una barra (nunca mesa), rodeada de carteles plagados de caracteres que jamás podremos leer; visionar la carta del menú y no entender nada y escoger a ojo, dejar impregnarse de esa atmósfera propia del lugar. Un hombre entra, nos mira, duda, se sienta siempre dejando un espacio entre nosotros. Llega el amable vejete, nos sirve con una dulzura que abruma, cogemos dos palillos, los rompemos, y saboreamos el plato, comienza nuestro sueño del que no queremos despertar.