50 sombras de Grey

Publicado el 02 marzo 2015 por Pablito

Ocurre cada cierto tiempo: estar viendo una película en una sala de cine y dudar, por un momento, si lo que te están proyectando es una broma con cámara oculta o una película con todas las de la ley. Te cuesta trabajo creer, por un instante, de que alguien haya sido capaz de rodar semejante bazofia. La sensación de perplejidad se dispara si tenemos en cuenta que lo que estamos presenciando es el fenómeno cinematográfico más importante del año y una película esperada por millones de personas en todo el mundo, con localidades agotadas en multitud de países -España entre ellos, donde las 43.000 entradas vendidas las semanas previas de su estreno obligó a colgar al cartel de “agotado”. Por si hay algún despistado, estamos hablando de 50 sombras de Grey (Sam Taylor Johnson, 2014), adaptación a la gran pantalla de la primera de las novelas de la trilogía erótica de E. L. James; trilogía que ha sacudido las librerías de medio mundo con más de 31 millones de ejemplares vendidos. La expectación, por tanto, era máxima: para las lectoras, porque por fin iban a ver materializadas sus fantasías, y para todos los demás, porque, para qué vamos a engañarnos, empezábamos a sentir curiosidad por una película en la que cada teaser, fotografía o pequeño adelanto, por mínimo que fuera, se convertía en tendencia en las redes sociales.

La historia, como todos ustedes saben, es rompedora -y realista- a más no poder. Y si no, lean: 50 sombras de Grey gira en torno a la atracción que surge entre una joven universitaria y un misterioso multimillonario de 27 años (Jamie Dornan) con licencia para pilotar helicópteros. La fascinación inicial de Ana (Dakota Johnson) dará paso a la incredulidad cuando descubra que el hombre por el que se siente fascinada esconde un secreto: siente predilección por unas prácticas eróticas que van del sadomasoquismo a la dominación; prácticas a las que Ana no duda en someterse. He aquí la gran polémica de la película y lo que ha despertado la ira de los sectores más conservadores y feministas: esa mujer sometida a las órdenes de un hombre, como si fuese un rol inferior. Algunos incluso han ido más allá y la han tachado de fomentar la violencia de género, como si la película fuese la responsable de que a un hombre se le vaya la cabeza y le de una paliza a su novia. Conviene no frivolizar con algo así, máxime cuando no es verdad. Aún con toda su retahíla de defectos, incluso detalles machistas -el hecho de que la mujer lo enseñe todo y el hombre no enseñe prácticamente nada, una tradición descaradamente machista que Hollywood debe abolir cuanto antes-, 50 sombras de Grey está lejos de ser un artefacto despectivo ni un insulto hacia las mujeres. No caigamos en la trampa fácil y acusemos a una película de algo que no es, máxime cuando muchos de los que vociferan contra la película ni se han tomado la molestia de verla. 

Ahora sí, entremos en materia: la segunda película de la directora británica Taylor-Johnson tras Nowhere Boy (2009), producida por los responsables de La red social (David Fincher, 2010), es una cinta aburrida a más no poder, lo que se traduce en más de 2 horas de bostezos constantes, de consultas al móvil y cambios de postura en el asiento. Tras un comienzo prometedor y con cierto enganche -donde brilla ese primer cara a cara entre los protagonistas-, la cinta se viene abajo a partir de sus primeros veinte minutos. No hay ritmo, no hay historia, no hay nada. Es el más absoluto de los vacíos. Los personajes secundarios no es que estén mal perfilados, es que da la sensación de que la directora los quiere meter casi por compromiso, ya que lo único que le interesa es la relación entre la sumisa Ana y el amo Grey. Aunque si el interés que presta la realizadora a los secundarios es nulo, a las escenas eróticas menos aún. Los momentos de sexo, escasos y puritanos, no son nada excitantes, más próximos a una mera postal de revista que a una cinta a la que le viene grande ese adjetivo que muchos le han adjudicado de porno light.

Con frases tan delirantes que provocan la risa involuntaria entre los asistentes, el que tiene el mérito de ser el estreno más taquillero de la historia de una cinta dirigida por una mujer logra lo que parecía imposible: ser peor todavía que el infumable libro en el que se basa. No es de extrañar, pues, el mal sabor de boca que está dejando en el público; sólo así se explica el hecho de que la segunda semana en cartel -tras su estratégico estreno en España el día 13 de febrero, víspera de San Valentín- su taquilla se desplomara más de un 50% en nuestro país, lo que certifica las malas referencias que está generando. Ni su estimulante banda sonora -Dany Elfman logra una de sus partituras más envolventes- ni su entregadísima actriz principal -que no se merece una personaje tan extremadamente insulso-, salvan de la hoguera una película que debería aprender de Shame (Steve McQueen, 2011) o La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013) en hacer una película erótica en condiciones. O, simplemente, en hacer una buena película.