Revista Coaching

502.- "Entre los fenómenos de la conciencia, el mecanismo de la memoria es, para mí, el milagro más temible y misterioso"

Por Ignacionovo

Autor: Sandor Marai. La memoria humana, como la memoria de un ordenador, nos permite almacenar la información para su uso posterior. Existen tres procesos para ello: la codificación, que transforma la información en un “lenguaje” comprensible; el almacenamiento , que consolida la información; y la recuperación, que permite recobrar la información que nos sea útil
La principal diferencia entre humanos y ordenadores, en términos de memoria, tiene que ver con el hecho de cómo se almacena la información. En su mayor parte, los ordenadores solo tienen dos opciones: el almacenamiento permanente y la eliminación permanente. Los seres humanos, sin embargo, somos bastante más complejos ya que tenemos hasta tres distintas capacidades de almacenamiento de la memoria (la sensorial, a corto y a largo plazo)… y no incluimos en nuestro “equipamiento de serie” el borrado permanente, que sí está presente en la informática. Si acaso, ese borrar toda la información de golpe, dejando nuestra mente/disco duro impoluta para empezar desde cero, lo sustituimos por una alternativa saludable y práctica de supervivencia que llamamos olvido.
El olvido es un mecanismo de defensa que va más allá de su aplicación práctica más evidente: sobrevivir al suplicio que supondría procesar los millones de bytes de información que podemos acumular solo en un día normal; no discriminando entre lo bueno y lo malo o lo importante o lo insignificante. ¡Qué sería de nosotros si pudiéramos acordarnos de todo, sin poder olvidar nada! Recordar, por ejemplo, hasta lo que desayunamos la mañana de un día de abril de hace quince años o la temperatura o el color de ese mismo día… y así con todo. Insoportable e inmanejable.
Está claro que no olvidamos aquello que nos impacta o que resulta decisivo en nuestras vidas. De los días en los que ocurrió algo crucial podemos recordar hasta su olor. Solo hay un problema y es que podemos recordar con igual precisión tanto los días estupendos como los horribles, si estos fueron importantes. Recordar el día en el que conocimos a alguien y el día en el que murió para nosotros. Espantamos los malos recuerdos porque duelen, pero no querer recordar no significa que la información se haya ido para siempre. Está, aunque no queramos que esté.
Si tuviéramos esa función que nos falta propia de las computadoras: formatear, y, de esa forma, la posibilidad de eliminar no solo la información inútil, sino también los virus y otros yerros que jamás debimos cometer, probablemente nos evitaríamos alguna tristeza recurrente y dolorosa, pero también es cierto que dejaríamos de ser, en ese mismo momento, quienes somos ahora... a lo que hemos llegado gracias también a nuestros errores, pesares y sufrimientos.
La información que no se utiliza durante un largo periodo se descompone o se desvanece. Es posible que estemos programados fisiológicamente para borrar con el tiempo los datos que ya no nos parecen pertinentes, pero si bien es licito que tratemos de olvidar el daño, no caigamos en la estupidez de olvidar también sus lecciones.
Reflexión final: "Conservar algo que me ayude a recordarte sería admitir que te puedo llegar a olvidar." (William Shakespeare)

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