Autor: Laura Esquivel. Hoy nos detenemos en un precioso libro, traducido a más treinta idiomas, de la escritora méxicana Laura Esquivel: Como agua para chocolate. También llevado al cine con indudable éxito, es una excusa, como siempre, para acercarnos a las historias capaces de transmitirnos profunda emoción y, de paso, que puedan contribuir a que comprendamos mejor sentimientos tan intrincados como la pasión desmedida o el amor sin fin.
Tita y Pedro ven su cariño obstaculizado cuando Mamá Elena decide que Tita, su hija menor, siga la tradición de quedarse soltera para cuidar de su madre hasta la muerte de esta. Tita sufrirá, como consecuencia, largos años por un amor que perdurará más allá del tiempo.
El relato utiliza la gastronomía méxicana como nexo de unión y metáfora de los sentimientos de los personajes. Así, las cebollas serán motivo de lágrimas, las perdices negras de la fe o los pétalos de rosa despertarán delirios incontrolables. Es decir, la cocina como la pieza más importante de la casa, elevándola a fuente de conocimiento, de comprensión, gusto y deseo.
“Para ella reír era una manera de llorar” o “Necesito una respuesta en este momento. El amor no se piensa, se siente o no se siente”, son dos de las frases que adornan esta historia de amores inalcanzables, como si el perfecto amor no fuera ya una imposibilidad casi absurda. Encontrar a alguien del que genuinamente te enamores para siempre, supone una suerte de milagro que quien lo halla deberá gozar más allá de cualquier plazo o desventura, porque, generalmente, no es que se ame una sola vez en la vida… es que a veces ni una sola vez en la vida.
En el transcurso de la narración podemos encontrar una preciosa explicación que asemeja los fósforos a la vida y de cómo las emociones demasiado intensas consiguen abrir un portal frente a las personas...
"Todos nacemos con una caja de fósforos adentro, pero que no podemos encender solos... necesitamos la ayuda del oxígeno y una vela. En este caso, el oxígeno, por ejemplo, vendría del aliento de la persona que amamos; la vela podría ser cualquier tipo de comida, música, caricia, palabra o sonido que engendre la explosión que encenderá uno de los fósforos. Por un momento, nos deslumbra una emoción intensa. Una tibieza placentera crece dentro de nosotros, desvaneciéndose a medida que pasa el tiempo, hasta que llega una nueva explosión a revivirla. Cada persona tiene que descubrir qué disparará esas explosiones para poder vivir, puesto que la combustión que ocurre cuando uno de los fósforos se enciende es lo que nutre al alma. Ese fuego, en resumen, es su alimento. Si uno no averigua a tiempo qué cosa inicia esas explosiones, la caja de fósforos se humedece y ni uno solo de los fósforos se encenderá nunca."