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Publicado el 04 noviembre 2011 por Manuelmarquez

Tiene que haber una explicacióncientífica, pero, dado que la ignoro por completo —y no son horasde andar preguntándole a Punset, que debe andar el hombre liado consus tostaditas…, siguesiendo para mí una cuestión de pura magia el funcionamiento de lamemoria numérica; supongo que debe tener un fuerte componenteemotivo y afectivp, ya que. de otra manera, sería difícil entenderpor qué soy incapaz de recordar el número de teléfono (que me diohace cinco minutos…) alguien con quien tengo que mantener unaimportantísima reunión de trabajo mañana a primera hora, y, encambio, soy capaz de recitar de corrido las nueve cifras del númerode teléfono (que hace treinta y cinco años que no marco…) de unanovieta muy guapa que tuve en mi adolescencia. Misterios del cerebro…
Sirva esto como introducción a unnúmero (el que presta título a esta reseña): 537. Se me vino a lacabeza, de manera fulgurante y fulminante, hace solo unos días,cuando pasaba por la puerta del edificio de la oficina central deCorreos de mi ciudad. Y era (y creo que sigue siendo) el número deun apartado de correos al que, durante siete intensos y maravillososaños, acudí continua y regularmente, para recoger lacorrespondencia en él depositada, y de la cual no era yo eldestinatario. Era (y creo que sigue siendo) el número del apartadode correos del Grupo de Córdoba de Amnistía Internacional.
Un cubículo pequeño, tapado por unaportezuela metálica y brillante, protegida por una simple cerradura;y generalmente, atestado de una copiosísima documentación, a travésde la cual se recibían las informaciones y pautas de trabajo con lascuales desarrollar nuestra tarea (sorda y callada, siempre; aburrida,sí, claro, a veces; ilusionante y necesaria, en todos los casos…)de promoción y defensa de los derechos humanos en tantos y tantoslugares donde los mismos eran masacrados, pisoteados, ignorados; delucha por las víctimas individuales de abusos y violaciones respectoa las cuales siempre se abrigaba la esperanza de conseguir resultadosconcretos. Pilas y pilas de papel, cuya lectura no siempre resultabaamena (solo la ensalada de siglas que se maneja puede resultarcontraproducente para el más animoso de los activistas…), pero enla que siempre anidaba el germen de aquello que nos empujaba atrabajar: la convicción de que esa tarea había que hacerla, porquehabía gente que lo necesitaba.
Y en ello anduvimos, con paciencia, conempeño, sin prisa y sin pausa, con el convencimiento de que estáshaciendo lo que tus convicciones te piden. Sin heroicidades, pero sindesmayo; sin alharacas ni espectáculos, pero con un ímpetu renovadodía a día. Y, muy especialmente, motivado porque era una tarea enla que nunca andabas solo, sino que caminabas en compañía de unmontón de gente excepcional, gente a la que, aunque haya perdido elcontacto diario con ellos, jamás olvido ni creo que pueda llegar aolvidar nunca, tal es el calibre de la huella que en mí han dejado.Una experiencia, en suma, sin que la no sería quien soy, y sin laque, sin ningún género de duda, esta versión de mí en que me heterminado convirtiendo (como todo el mundo…) sería mucho máschunga de lo que ya lo es; porque vivencias así, y esa gente conquienes las vives, solo pueden mejorarte.
Hace años que mi colaboración conAmnistía Internacional dejó de ser un trabajo de dedicaciónintensa, para convertirse en un reguero discontinuo de colaboracionespuntuales (gratificantes, desde luego, pero… eso, otra cosa). Sonotros los derroteros y películas (dicho sea en sentido metafórico;se supone que éste es un blog, fundamentalmente, de cine…) en losque ando moviéndome ahora, relacionados con el mundo educativo. Y,por lo demás, y aunque no sea yo el que ahora recoge la “cosecha”,me consta que el cubículo de la correspondencia ya no recibe elcuantioso volumen de papel que antaño albergara (excelencias delprogreso tecnológico; el correo electrónico y una intranet defuncionamiento preciso y veloz han reducido el papel a algo meramentetestimonial…). Pero siempre que paso por esa puerta por la que paséhace unos días, la punzada es la misma; y el numero, también. Igualya sí son horas, pero creo que no voy a preguntarle nada a Punset…
* La fotografía está tomada del álbum de Flickr del usuario Daquellamanera, y se publica bajo una licencia Creative Commons 2.0.
* Mi Buenos Aires querido XIX.-