El rumano Gabriel Shirbu nos acerca el relato de un hombre que acude a una grúa con la intención de suicidarse pero se replantea la idea cuando el pánico se apodere de él y vea además como un vagabundo que vive en la grúa le observa y le reclama los objetos mundanos que él ya no va a necesitar una vez que se lance, si se lanza.
Ante un nuevo intento para el que el potencial suicida pide colaboración, finalmente el pobre se niega y consigue convencerle a base de naturalidad, al tiempo que le ofrece una cerveza, un cigarro y un poco de conversación, en definitiva, todo lo que tiene.
La grúa juega con lo extraño de la siutación para conseguir la risa en el espectador. La transparencia del vagabundo a la hora de mostrar al otro hombre los placeres de la vida y su visión del mundo, son hilarantes de puro sincero, y nos golpean por lo extremo de la situación y lo acuciante de la decisión que uno de los dos debe tomar.
El cortometraje habla de temas tan básicos como el exceso de ambiciones, la envidia y la tendencia que tenemos muchas personas de imponer a los demás nuestra visión del mundo o la incomprensión a la hora de aceptar que otros tengan una dinámica mental difrente y manías propias.
Estupenda actuación, sobre todo en el caso del vagabundo (Richard Bovnoczki) que junto a Claudiu Maier rematan una historia al límite que hace reflexionar sobre las exigencias que nos autoimponemos en la vida y de lo poco que sabemos aprovechar pequeños regalos continuos que tenemos a nuestro alrededor.Muchas más noticias en No es cine todo lo que reluce.