Película redonda bajo la dirección de Chung Mong-hong que nos cuenta con acidez y resolución la triste historia de un niño de diez años que pasa a la tutela de un bedel de colegio después de la muerte de su padre. Tras un tiempo los servicios sociales lo retornarán con su madre (una prostituta taiwanesa) y su padrastro (un feriante con el que su madre ha tenido un hijo).
Los elementos esenciales de la historia se irán reflejando en sendos retratos que el niño (Bi Xiao-hai) irá dibujando: El rostro de su padre; un dibujo de un amigo mayor que conocerá tras regresar con su madre; su hermano mayor que guarda en lo más hondo de su memoria (y tras el que hay un terrible secreto) y él mismo.
Un drama contado sin aspavientes, sin excesos trágicos y con diálogos ágiles y momentos de humor negro e ironía que permiten sobrellevar un relato frío pero intenso que no se excede en el metraje, ni se extiende con giros retóricos ni ensoñaciones ni resoplos de los protagonistas.
De uno a uno los personajes encajan en un puzzle perfecto que permite ir desentrañando una madeja que comienza con la desaparición del hermano mayor y que no está cerrada. Muy buenas actuaciones de todos ellos en un guión que les da el peso justo a cada uno de ellos y que tiene en la elipsis un recurso clave para conseguir que la película no se extienda ni aburra.
Así el bedel, conciencia del niño, que regresará a la historia en un momento clave en el que las relaciones del menor con su padrastro se tensen; un delincuente habitual que él tomará como hermano mayor y con el que el protagonista iniciará una carrera delictiva como forma de evadirse del frío hogar familiar; la madre, una mujer poca cariñosa pero que ama a un hijo que ha perdido y a otro al que no demuestra sus sentimientos tanto como debiera, y a la que acaba resultando imposible de juzgar moralmente. También el padrastro actúa con solvencia en un papel difícil y desagradecido, pero trascendental.
Por su puesto, el chaval. Su presentación nos dice con pocas palabras quién es y cómo vive, su carácter tranquilo y analítico, su inteligencia despierta y su desazón vital. Su interacción con el resto de los personajes es fantástica. Personaje entrañable y bien interpretado, muy a tener en cuenta.
El cuarto retrato es un claro ejemplo de que cualquier relato es más llevadero si se introducido un poco de humor y frescura en los diálogos. Muestra pragmática de que los silencios y la introspección se pueden combinar sin que el director sea excomulgado y lograr así una producción exitosa, que despierte sentimientos en el público sin sumirlos en la depresión. Cuando uno contempla el plano final y todavía desconoce que ese será el cierre, cruza los dedos para que acabe así, y así es. Gracias.Muchas más noticias en No es cine todo lo que reluce.