La 56 Muestra Internacional de Cine de primavera -porque habrá otra en otoño- inicia hoy con La Diosa Arrodillada (México, 1947), octavo largometraje de Roberto Gavaldón -o, para ser puntillosos, su décimosegundo largometraje, si tomamos en cuenta sus cuatro primeras cintas codirigidas antes de La Barraca (1944), su opera prima oficial. Pero, ¿por qué las autoridades de la Cineteca eligieron La Diosa Arrodillada que no es, ni de lejos, la mejor cinta de Gavaldón? Sencillo: porque no se trata de homenajear al discutido director de Macario (1959), campo de batalla entre los críticos ayalistas y garciarieristas en los años 80, sino a la protagonista de la película co-escrita por José Revuelta: María Félix.En efecto, como en estos días se acaba de cumplir el centenario de La Doña, la Cineteca decidió recordarla bautizando una librería del complejo cinefílico con su nombre (¿?) e inaugurando la Muestra de Primavera con uno de los filmes que, en su momento, ayudó a solidificar el mito de la Félix. Aunque, a decir verdad, para cuando la Doña protagonizó La Diosa Arrodillada -su décimotercera cinta- su nombre ya estaba asociado a una personalidad pública/cinematográfica que no sufriría mayores cambios en el resto de su vida. Es decir, para entonces, la Félix ya había aparecido en Doña Bárbara (De Fuentes y Delgado, 1943), La Devoradora (De Fuentes, 1946), La Mujer de Todos (Bracho, 1946) y, por supuesto, en la mejor película que hizo en toda su carrera: Enamorada (Fernández, 1947). En La Diosa Arrodilla, el personaje que encarna La Doña es una variante más de la femme-fatale irresistible, destructiva y devoradora: Raquel Serrano, amante del sofisticado, atormentado y cultísimo químico Antonio Ituarte (Arturo de Córdova, ¿quién más?), casado con la enfermiza y lastimera Elena (Charito Granados).Cuando Antonio y Elena cumplen otro año de casados, el culpable marido le regala a la sufrida mujer una estatua -"la diosa arrodillada" del título-, esculpida por el ridículo artista Demetrio (Rafael Alcayde) a partir del despampanante cuerpo desnudo de Raquel, a quien Antonio había abandonado tiempo atrás. Ahora, a través de la escultura que engalana el jardín de su muy burguesa mansión -con mayordomo sabio y regañón (infalible Carlos Martínez Baena) incluido-, Antonio revive su vieja pasión destructiva por Raquel, a quien sigue hasta a cierto cabaret sudoroso en Panamá, botella en mano.La secuencia del cabaret -en la que La Doña canta sin moverse mucho "Revancha", de su señor marido Agustín Lara- es, de hecho, lo mejor del filme. Ahí, la Félix aparece imponente, en todo su esplendor de belleza, porte y personalidad. No necesita zangolotear la cadera: solo camina, pone su mano en la cintura, levanta un brazo, recita más que canta aquello de "es justa la revancha/y entretanto/sigamos engañando al corazón" y todo mundo -actores, extras, uno como espectador casi 70 años después- cae rendido ante sus pies. La Félix nació no tanto para hacer películas sino para habitar momentos como el descrito. Y es que más allá de los diálogos azotados ("Te entregas a mí o me destruyo"), de la historia tremendista que tanto disgustó al propio José Revueltas o de la innegable elegancia formal de Alex Phillips -esos encuadres en los que los personajes aparecen reflejados en los espejos, observados por otros personajes y nosotros mismos-, La Diosa Arrodillada se deja ver más que nada por la belleza inapelable de María Félix, quien nunca fue una gran actriz, pero sí un auténtico animal cinematográfico, quien vivió su mejor época en esa década de los años 40. Ahora que, la verdad, si se quiere ver una gran cinta con La Doña, ¿por qué mejor no programar Enamorada?
PS. Ojo con la edición nacional en DVD de La Diosa Arrodillada. Está mutilada en por lo menos 10 minutos.