Andrea Arnold debutó en la dirección en 1998 con el cortometraje Milk, que fue seleccionado para competir en la Semana Internacional de la Crítica de Cannes. Tres años después su corto Dog se hizo con el Premio Jameson, y en 2003 rodó su tercer cortometraje, Wasp, que recibió el Oscar al Mejor Cortometraje en 2005, además de cosechar galardones en los festivales de Sundance y Toronto. Su primer largometraje se hizo esperar hasta el año 2006, momento en el que vió la luz Red Road, que ganó el Premio del Jurado en Cannes, un galardón que repitió tres años después con su segundo largo, Fish Tank.
Con estos fantásticos precedentes las expectativas que teníamos con su tercera película, Cumbres borrascosas, eran muy buenas, y normalmente no es bueno esperar mucho de algo por miedo a salir defraudado. Más aún, cuando supimos que esta película era una nueva adaptación de la única novela de Emily Brontë, más ansiedad y nervios se nos generaron, pues realizar otra versión de un gran clásico que hemos visto varias veces en el cine siempre tiene aún más dificil conseguir buenas críticas.
Pues ni con las expectativas tan altas, ni siendo otra adaptación más, la película ha conseguido defraudarnos, sino todo lo contrario. Arnold ha sido capaz de llevar a la pantalla grande de forma impecable este relato lúgubre sobre el amor frustrado, la rivalidad entre hermanos y la venganza.
Cumbres borrascosas nos cuenta como un hacendado de Yorkshire que está de visita en Liverpool se encuentra en la calle con un muchacho indigente llamado Heathcliff. El hombre decide llevárselo a su hacienda, en los solitarios páramos de Yorkshire, y adoptarlo como un miembro más de la familia. Heathcliff va creciendo mientras forja una relación obsesiva con Catherine, la hija de su protector. Pasa el tiempo y tanto los miembros de la familia como algunos vecinos de la comarca se ven envueltos en una atmósfera de resentimientos alimentada por el egocentrismo exacerbado de los personajes.
La novela origial nos describía con detalle el áspero paisaje y la crudeza de la meteorología, y eso es algo que la directora ha sabido trasladar al cine gracias a una cuidada fotografía de todas las estaciones y una banda sonora que nos acompaña durante toda le película, pero no a modo de musica, sino tan sólo con el fuerte viento que sopla en las cumbres protagonistas, ladridos de los perros y los silbidos del viento moviendo las ramas contra las ventanas, y el aire empujando los cuerpos de los protagonistas cuando buscan donde protegerse de las inclemencias metereologicas. Y es que la naturaleza es la verdadera estrella de esta adaptación.
Uno de los temas del libro y la película es el contraste entre lo salvaje y la civilización, y los momentos más felices de Heathcliff y Cathy son los dedicados a explorar los páramos pintorescos, por lo que Heathcliff siempre conserva su vínculo directo con la naturaleza y la tierra. Esta es la fuerza transmitida por Arnold y su director de fotografía Robbie Ryan a través de la atención que prestan a la flora y la fauna de este rincón remoto de Yorkshire. Ryan logra mostrar maravillas a medida que trabaja con una paleta de marrones, azules cobalto y el verde húmedo musgo.
Frecuentes primeros planos de aves, escarabajos y ortigas, normales en el mundo de Terrence Malick, pueden parecer innecesariamente repetitivos, pero sirven para sumergirnos totalmente en el mundo de la novela, proporcionando un fondo adecuado para la intensa y tormentosa relación que impulsa la historia hacia adelante.
El resto del reparto, si contamos como parte del reparto a la naturaleza, cumple a la perfección, y la idea de mostrarnos a un protagonista negro, dando vida a Heathcliff, tiene mucho sentido, pues explica el odio que siente el resto de los habitantes de la zona hacia él, con la clara excepción de su amada Cathy.
La primera mitad de la película se centra en los primeros años de Heathcliff y Cathy cuando viven en los páramos. A la directora le gusta contar con actores no profesionales, y ha conseguido engatusarnos con las maravillosas actuaciones de sus dos jóvenes protagonistas. Solomon Glave es un hallazgo como el joven Heathcliff, que apenas sin diálogos trasmite el dolor del personaje que sufre palizas y humillaciones constantes. Y él, junto a Cathy, interpretada por la joven Shannon Beer, consiguen emocionarnos hasta la saciedad con una escena en la que ella le cura las heridas recibidas tras ser azotado... simplemente precioso.
El diálogo es libre, y Arnold prefirió dejar a un lado el rodaje "limpio" para rodar con su cámara temblorosa, cámara en mano para mostrar el mundo natural, con decenas de primeros planos de mariposas y escarabajos.
La segunda parte de la película baja el listón, mostrándonos otra película diferente, con Heathcliff ya adults (James Howson) que vuelve a encontrarse con Cathy, quien ya se casó. Howson consigue un buen trabajo para su debut como actor, pero no logra transmitir el alma torturada de su personaje, tal y como hiciera su personaje más joven.
Lo que Arnold no incluye, sin embargo, es la segunda mitad del libro. Como casi todas las adaptaciones cinematográficas, la acción termina poco después de la muerte de Cathy, y viendo la calidad de esta película confiamos en ver dicha historia suprimida en una segunda parte.
Quizás el desenlace no consiga la emotividad inicial, ni ponernos la piel de gallina, pero estamos ante una de las mejores adaptaciones de a obra original, y que entrará por meritos propios en la lista de grandes películas a tener en cuenta. Muchas más noticias en No es cine todo lo que reluce.