Llevo tiempo dando vueltas a la rueda mental que me viene avisando de que Guillermo de Ockham fue uno de los mayores revolucionarios de la historia. Cogeré sólo uno de los cabos del hilo argumental que conduce hasta esta impresión: frente al razonable Santo Tomás, vino Ockham a hacer una afirmación conmocionante, la de que Dios es un ser arbitrario, imprevisible, no sujeto a los dictámenes de la razón, sino sólo a su propia voluntad. Lo bueno y lo malo no vienen dados de antemano, pasamos a ser nosotros, los individuos, los generadores y los gestores de la moral. Una lección ésta que tienen mejor aprendida, hoy por hoy, los judíos y los protestantes (Lutero fue seguidor de Ockham), los que mejor se llevan con ese Ser arbitrario, y los que han resuelto más fecundamente (aunque muy tortuosamente y con fuertes dosis de integrismo) los tratos con un Dios así. Por eso Occidente es una creación de ellos más que de nadie.
Hay una línea de continuidad entre Ockham e Immanuel Kant, la que lleva finalmente hasta lo que éste sostiene respecto de que, como entes dotados de principios morales que somos, no debemos de esperar a que el mundo externo, objetivo nos dé la señal de cuándo debemos actuar y en qué sentido: contamos con nuestra conciencia, que se encarga de apremiarnos con sus imperativos categóricos, un a priori moral que brota de nuestro interior, y que no ha de esperar a que le respalden ni las leyes de la causalidad, ni las del realismo, ni siquiera las de la razón: uno actúa porque se lo impone su sentido del deber.
El 6 de noviembre, la Plataforma de Víctimas de Voces contra el Terrorismo convoca a los españoles a una concentración en contra de la negociación del Gobierno con ETA, una negociación que presupone que aquél acepta como contraparte negociadora a una organización que sólo tiene una cosa que poner sobre la mesa: no razones, no argumentos morales, no representación política, sólo la amenaza del terror. Una batalla perdida ésta de oponerse a la negociación: probablemente está todo negociado ya y ahora asistimos a la mera puesta en escena de lo pactado. Y este PP actual, de perfil tan bajo, no parece capaz de contrarrestar la inercia de los hechos consumados. Quizás, ni lo pretenda: si no fuera así, ya debería haber advertido públicamente de que no respetaría esos pactos una vez llegado al poder… y no lo ha hecho. Y si la batalla es contra el PSOE y el PP a la vez, admitámoslo: sobretodo en el corto y medio plazo, la vamos a perder. ¿Por qué, pues, hay que dar esta batalla? ¿Qué sentido tiene combatir por una causa perdida? Preguntas éstas que tratan de poner colofón e invertido remate a unas respuestas que ya he dado más arriba.