Cuando leáis esto habré terminado la semana y estaré camino de cuatro días de desconexión y descanso con Alicia en Tarifa delante del Estrecho de Gibraltar. Igual que las empresas dedican algunos días al año a revisar su plan estratégico, también las parejas y las familias necesitan hacerlo. ¡Faltaría más!.
Este fin de semana tiene la peculiaridad de que las autoridades nos mandan cambiar la hora. Antes de acostarnos el sábado, hurgaremos en las manecillas de nuestros relojes para arañarle una hora más al sueño. Los aviones adaptarán sus horarios, los trenes tendrán que permanecer parados en una estación hasta que el tiempo recupere su sentido, los turnos de noche tendrán que ver cómo se les compensa la hora añadida. Retrasaremos las agujas y viviremos dos veces los mismos sesenta minutos.
Políticos y gestores explicarán que con este cambio se gana productividad, se ahorra energía y no se cuantas cosas más. Quizá es que no saben buscar una razón más profunda.
Cuenta Plauto en su comedia Amphitruo la historia del primer cambio de hora. Zeus, el dios de los dioses sintió una atracción invencible por una joven mujer casada llamada Alcmena. Así, el todopoderoso se disfrazó del marido de aquella para visitarla y conocer así el éxtasis del placer humano. Pero Zeus no estaba dispuesto a ser prisionero de la prisa, como nos ocurre a los comunes mortales, y decidió alargar la noche para así poder disfrutar despacio del delicioso juego.
Después de una apasionada noche, fruto de la cual nacería Hércules, dice la leyenda que el dios sintiendo todavía los escalofríos del placer bajo su disfraz carnal no se resistió a gritar “¡Noche, gracias por esperarme!”. Quizá por eso, los griegos clásicos pensaban que sólo para los amantes expande la noche su duración.
¿Te imaginas que todos los habitantes del mundo aprovecháramos esa hora de más que nos ofrecen los dioses para amar más pura, intensa y profundamente a la persona que tenemos a nuestro lado? Me conformaría con que sólo tú lo hicieras.