Fue el psiquiatra Joseba Achótegui, profesor del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Universidad de Barcelona, quien acuñó el término en el año 2003 , porque, según él mismo explicaba, en La Odisea de Homero, los naúfragos describían unos síntomas parecidos a los que padecen actuales inmigrantes europeos: una soledad enorme al estar alejados de sus familias; un sentimiento de fracaso al no encontrar sentido a un viaje tan duro (muchas veces no obtienen trabajo de ningún tipo); una lucha por la supervivencia; y sufrir miedo (cuando no pánico) a la hora de enfrentarse a una sociedad desconocida.
Marcharte de tu propio país es una decisión difícil, aunque en un tan angustioso momento de crisis económica como este, muchos sean los jóvenes (y ya no tan jóvenes) que se lo planteen, como la única manera de poder acceder a un futuro ya no solo mejor, sino simplemente viable. Pero partir de tu país de arraigo, implica, se quiera o no, una quiebra, un conflicto interno difícil de sobrellevar y que a veces, justo por no poder dar una respuesta adecuada, deriva en problemas de carácter médico. Los pacientes de "Síndrome de Ulises" experimentan síntomas físicos como un agudo y persistente dolor de cabeza y otros síntomas de carácter psicológico como la depresión.
Hay algunos ignorantes (no me sale llamarlos de otro modo) que critican a los inmigrantes acusándolos, de manera muy injusta, de perezosos que no hacen nada por integrarse y por aprender la cultura local. Nada más lejos de la verdad, porque la única manera en la que un inmigrante puede sobrevivir en un nuevo país, es no siendo justamente perezoso y aprendiendo con solvencia los entresijos de la nueva cultura para encajar con rapidez.
Nostálgicos de su tierra natal, los inmigrantes, como Ulises, se sienten agotados, irritables y deprimidos llegando a sentirse solos, desesperados y arrepentidos. Sus sueños se convierten en pesadillas, su autoestima sufre, sobre todo si no han sido capaces de encontrar puestos de trabajo que se ajusten a sus habilidades o a sus antecedentes. Se preocupan por el futuro y sus vidas se consumen en la mera lucha por la supervivencia. Para la psicóloga Doris Saslavsky el “mudarse de país” implica un 'duelo' angustioso y doloroso, pero que si se logra 'simbolizar' se puede superar. Es imprescindible que se tenga asumida la decisión, que se haya podido hablar, que se haya pensado de manera consciente para poder simbolizarla y así, atravesarla de manera normal y no caer en patologías”, explica la especialista.
El psicólogo Federico Romano -que coordinó varios talleres dedicados a esta temática con jóvenes provenientes de diferentes países-, ha explicado recientemente que lo más importante es la contención, porque las personas suelen en un primer momento estallar de euforia por la novedad, pero que el siguiente paso a esta euforia inicial es la depresión.
No siempre se analiza el fenómeno de la inmigración desde una perspectiva individual, centrándose en la persona y en los sufrimientos que comporta dejar el país de origen e intentar integrarse en otro de acogida, en ocasiones bastante poco hospitalario.
Lo que podemos hacer aquellos que acogemos en nuestros países a quienes desean integrarse en el nuestro, es ayudarles y facilitarles la tarea al máximo posible. Entender que si por ellos fuera jamás hubieran emprendido este viaje porque les duele echar de menos su tierra y sus gente. Comprendiendo y respetando su idiosincrasia y no pretendiendo que se sumen por la fuerza, y menos rápidamente, a nuestras costumbres y nuestro modo de entender la vida. Siendo humanos, no más. Y ello en la confianza de que seremos tratados igual llegado el caso.
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