Si hay un instante dramático que marca la crueldad de los rebeldes asesinos en la guerra civil española, ese es el bombardeo de Gernika.
La legión Cóndor alemana, aliada y colaboradora del ejército franquista, cumpliendo una orden del dictador bombardeó la ciudad de Gernika, de forma deliberada e indiscriminada. No era un objetivo militar, fue un genocidio que acabó con unos 300 civiles, la gran mayoría ancianos, mujeres y niños y que destruyó un lugar emblemático a conciencia.
Un crimen contra la humanidad que ha quedado impune. Como todas las tropelías y asesinatos cometidos durante la guerra civil y la dictadura franquista.
Hoy, todavía sufrimos las consecuencias de ese franquismo sociológico. Hoy, aún desde el Estado español, nadie ha pedido perdón, al contrario, los responsables fueron amnistiados durante la transición, en 1977, a pesar de que los crímenes contra la humanidad no pueden ser amnistiados ni prescriben.
El bombardeo de Gernika fue concebido para meter miedo, para hacer saber que a los rebeldes asesinos no los detendría nada ni nadie, para demostrar que ese pueblo tan simbólico podía ser destruido, sin más.
Una masacre que Picasso reflejó en una de sus obras más importantes.