En aquel auto de fe, aparte de Antonio Luna García, delegado provincial de FET de la JONS en Madrid y secretario nacional de la Jefatura de Educación, estuvieron presentes Salvador Lisarrague Novoa, secretario provincial de dicha Jefatura de Educación y de la delegación provincial madrileña de Falange, así como David Jato, jefe provincial del Sindicato Español Universitario (SEU).
La profesora Ana Martínez Rus, de la Universidad Complutense de Madrid; nos recuerda enRepresura, Revista de Historia Contemporánea española en torno a la represión y la censura aplicadas al libro; que Antonio Luna fue el primer juez instructor nombrado de la Comisión Superior Dictaminadora para depurar el profesorado de la Universidad de Madrid al acabar la guerra. Asimismo, el profesor Salvador Lisarrague, acabó siendo el primer responsable del Ateneo de Madrid intervenido.
De aquella jornada, el periódico Ya, reseñaba en su edición del 2 de mayo: “el Sindicato Español Universitario celebró el domingo la Fiesta del Libro con un simbólico y ejemplar auto de fe. En el viejo huerto de la Universidad Central –huerto desolado y yermo por la incuria y la barbarie de tres años de oprobio y suciedad –se alzó una humilde tribuna, custodiada por dos grandes banderas victoriosas. Frente a ella, sobre la tierra reseca y áspera, un montón de libros torpes y envenenados (…) Y en torno a aquella podredumbre, cara a las banderas y a la palabra sabia de las Jerarquías, formaron las milicias universitarias, entre grupos de muchachas cuyos rostros y mantillas prendían en el conjunto viril y austero una suave flor de belleza y simpatía”.
“Prendido el fuego al sucio montón de papeles, mientras las llamas subían al cielo con alegre y purificador chisporroteo, la juventud universitaria, brazo en alto, cantó con ardimiento y valentía el himno Cara al sol”, concluía.
El odio a los libros por los fascistas en España comenzó en paralelo al golpe de Estado. El periódico Arriba España, órgano de Falange, en su primer número de 1 de agosto de 1936, incitaba a la destrucción de libros: “¡Camarada! Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas. ¡Camarada! ¡Por Dios y por la patria!”.
Su director fue el clérigo falangista, Fermín Yzurdiaga, que acabó siendo Jefe Nacional de Prensa y Propaganda. se fundó tras asaltar miembros de Falange, durante los primeros días de la Guerra Civil, la sede del Partido Nacionalista Vasco, requisar la rotativa que se encontraba en ese lugar, donde el PNV editaba el periódico nacionalista vasco La Voz de Navarra y detener al hasta entonces director del diario, José Agerre. Posteriormente, el Arriba España de Pamplona se convirtió en el Arriba y pasó a tirarse en Madrid.
Las quemas públicas franquistas de libros fueron habituales. Martínez Rus recoge que en La Coruña también fueron habituales, frente al edificio del Real Club Náutico, en el muelle, según recogió el periódico, El Ideal Gallego, en agosto de 1936: “A orillas del mar, para que el mar se lleve los restos de tanta podredumbre y de tanta miseria, la Falange está quemando montones de libros y folletos de criminal propaganda comunista y antiespañola y de repugnante literatura pornográfica”.
La quema de libros es una obsesión de regímenes totalitarios. Desde la biblioteca de Alejandría hasta la reciente quema de la biblioteca de Egipto, pasando por la Inquisición es una forma de violencia contra el enemigo. La libertad de expresión no gusta a los dictadores. La cultura, las Humanidades…, tampoco.
Uno de los primeros actos organizados por Falange una vez acabada la guerra civil fue una quema pública de libros. En la Universidad Central de Madrid, el 30 de abril de 1939 se celebró lo que se llamaron “auto de fe” para condenar al fuego a los “enemigos de España”, y allí ardieron libros de Sabino Arana, Gorki, Freud, Lamartine, Karl Marx, Rousseau, Voltaire y muchos otros, en una mezcla en la que se quería significar la condena a los liberales, los marxistas, los modernistas, los separatistas y todos los que el franquismo exaltado del momento podía considerar sus enemigos.
Significativamente, la quema de libros se concibió también como un ejercicio educativo y en él participó el secretario nacional de Educación, Antonio Luna. El diario falangista Arriba del 2 de mayo glosaba el acto en un comentario titulado Letras de humo en el que decía: “Con esta quema de libros también contribuimos al edificio de la España, Una, Grande y Libre. Condenamos al fuego a los libros separatistas, liberales, marxistas; a los de la leyenda negra, anticatólicos; a los del romanticismo enfermizo, a los pesimistas, a los del modernismo extravagante, a los cursis, a los cobardes, a los seudocientíficos, a los textos malos, a los periódicos chabacanos”.
Apelando a los “filósofos y poetas, novelistas y dramaturgos, ensayistas y pensadores de un mundo a la deriva”, el periódico les decía: “En España los hombres jóvenes tienen el valor de quemar vuestros libros y, sobre todo, de quemarlos sin un gesto de aflicción”
[Extraído del libro Todo Franco. El franquismo de la A a la Z.De Justino Sinova y Joaquín Bardavio editado por Plaza y Janés en 2000.]