Todavía hoy se les niega justicia, perdón y memoria. Los herederos biológicos e ideológicos de aquellos falangistas y franquistas que desencadenaron una guerra civil movidos por el odio, impiden cuanto pueden para que no se desentierren esas fosas ni se desarrolle plenamente una ley de Memoria Histórica que pretende resarcir la dignidad de tantas víctimas inocentes, condenadas al silencio y el olvido. Tampoco el Parlamento español, sede institucional de la soberanía nacional en un Estado de Derecho y Democrático, ha sido capaz de condenar expresamente el levantamiento de aquellos militares que tanto daño causó al país y lo condenó a padecer una de las dictaduras más crueles y duraderas del pasado siglo veinte.
Hay, pues, que recordar a García Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández, Juan Ramón Jiménez y cuántos fueron “silenciados” con la muerte o el exilio por no claudicar de sus ideas, mantenerse fieles a la legalidad, no secundar el odio y la barbarie de los insurgentes y fueron víctimas de la vesania fascista. Perseguidos y condenados por defender la libertad y deberse a su pueblo, al que admiran y retratan en poemas, teatro, novelas y cuentos.