Fue una semana para creer, para soñar que Luis Enrique diseñó desde la visita al Manzanares. Fue un guión casi imposible de cumplir, porque en el 87 se necesitaban 3 goles para clasificarnos.
Fue una apuesta a doble o nada, un planteamiento que rozaba el suicidio ante un rival cobarde, dirigido por un entrenador miedoso que no quiso jugar a nada, que se limitó a dejar pasar el tiempo sin intentar cuatro pases seguidos, fiándolo todo a defender y a aprovechar una contra para, como así sucedió, obligar al Barça a marcar 6 goles, lo que a todos nos parecía imposible, sobre todo a la Uefa.
Fue una victoria del futbol frente al racanismo, utilizando otras armas adaptadas a las circunstancias, de una plantilla que hizo de la necesidad virtud, un Barça que nos despertó aquellas mariposas en el estómago que creíamos olvidadas.
Un éxtasis final que nos hizo saltar del asiento, que nos arrancó unas lágrimas habitualmente ausentes y que ayer nos recordó que de la tristeza a la euforia solo hay detalles.
En esa caverna oscura en la que la luz no es necesaria porque se escribe al dictado el colegiado Deniz Aytekin ha pasado al imaginario de los enemigos desplazando a Ovrebo de lo más alto del podium, en el que, entre mentiras y desprecios, lo habían colocado.
Ayer todos, desde Ter Stegen providencial hasta Sergi Roberto, el héroe menos esperado, escribieron una página,que si alcanzamos la Champions la recordaremos para contarla en los momentos malos.
Y los culés aprendimos que un error arbitral a favor que te permita vivir un dia como el de ayer, que te permite una gesta como esta, que te inunda de felicidad y te hace caminar como si fueras más alto, también se disfruta. Y podemos entender a esos madridistas, sobre todo a los que vomitan en medios de comunicación, acostumbrados a que les regalen penaltis en cada remontada.
La foto de Leo encima de la grada es un monumento a la fe, una oda al compromiso, un poema mudo titulado VICTORIA
Con una sentencia que nos pone "la gallina de piel"
OH CAPITAN, MI CAPITAN