Ésta es quizás la primera expresión de antiperonismo que registré en mi vida. Tenía once años entonces y aún hoy, casi tres décadas después, recuerdo la mirada resentida, la lengua obscena de esos cuatro boina-blancas.
El cantito también repiquetea en mi cabeza cada tanto. Creo escucharlo en sordina cuando repaso declaraciones mediáticas, conversaciones en la oficina, sobremesas familiares, charlas con amigos. Desde esta perspectiva, Perón y Evita siguen pareciendo tan villanos como en 1983.
Dicho esto, “la Duarte” o “la Perona” parece provocar más urticaria que “el General”. Quizás porque “esa mujer” -en palabras de Rodolfo Walsh- es un referente obligado cuando se critica o elogia a nuestra actual Pimera Mandataria. Por ejemplo, los antiK que despotrican contra el abuso de la cadena nacional suelen dedicarle un exabrupto especial a la “manía” o “estrategia” de imitar la impostación de quien la precede en la “liturgia” justicialista (el antecedente de Isabelita sirve para otros reproches).
Otro ejemplo: las declaraciones de la nadadora Enriqueta Duarte. En esta entrevista concedida a Página/12 en octubre pasado, la primera mujer argentina y latinoamericana en cruzar el Canal de la Mancha a pura brazada (en parte gracias al apoyo de Evita) cuenta que le gustaría conocer a Cristina: “la respeto, le escribí 16 cartas”, sostiene para luego agregar “no sé si Eva la hubiera querido, pienso que hubiesen discutido mucho”.
A sesenta años del fallecimiento de quien prometió volver y ser millones, los sentimientos peronista y antiperonista se mantienen intactos en nuestra sociedad. De ahí la irrupción de déjà vus como éste. Por eso ni la corrección política que La Nación les exige a sus lectores consigue suprimir los indicios de antagonismo irreconciliable en las cartas publicadas el 21 y 23 de julio.
En otras palabras, el contexto actual es igual de propicio para seguir repasando, cuestionando -agraviando o reivindicando- la figura de Evita.
A tono con mi condición de desclasada social, siento admiración por la trayectoria pública de esta mujer que, aún cuando lleva más de medio siglo muerta, sigue despertando reacciones de desprecio -cuando no odio- en gran parte de nuestra clase media. Quizás les debo algo de este atípico reconocimiento a aquellos muchachos radicales de 1983.
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