Con Armando y con Carlos, gran parte de los escritores y ciudadanos que fuimos adolescentes y alcanzamos la primera juventud bajo la dictadura, que maduramos en la transición política, tenemos (tengo) una enorme deuda. En primer lugar, la deuda de haber aprendido de ellos lo que significa el compromiso, la dedicación de parte de la vida a la construcción de un mundo mejor, más justo, más democrático, más equilibrado. En segundo lugar, la deuda literaria: yo, como muchos otros jóvenes de mi generación, encontré en sus libros algo que no nos enseñaban ni en el colegio ni en el instituto: que la literatura podía hablar de nuestra realidad más próxima, podía enseñarnos acerca de las grandes incertidumbres de la condición humana, mostrarnos la cara más dura de la desigualdad, de la explotación. Podía ofrecernos realidad a manos llena pero también ternura, solidaridad, cercanía, piedad, ira, ternura y protesta.
Mi memoria de Armando López Salinas
Armando: nunca olvidaré lo que aprendí de ti como militante, como hombre comprometido. Nunca olvidaré tu ejemplo de escritor atento a la realidad de los humildes y buscador de mundos mejores y no sabemos si imposibles. La última vez que nos vimos fue en una manifestación contra la guerra. Hablamos de política y de literatura. Me contaste que habías recuperado la escritura de una novela que llevaba años interrumpida. No sé si la has acabado. Si fuera así nos darías una gran noticia. Vaya para ti, con mi admiración y con mi profunda pena por no acompañarte hoy, mi abrazo de compañero, de camarada, de colega, de amigo con mayúsculas.
El poeta Carlos Álvarez
Era entonces el poeta de Escrito en las paredes, de Estos que ahora son poemas… serán mañana piezas de un sumario. Busqué sus libros y allá por el verano de 1976, en una pequeña librería de Cádiz, encontré una pequeña joya poética, de poesía comprometida, sí, pero de poesía con mayúsculas. Me refiero a Aullido de lincántropo, en la edición de Ocnos, aquella colección que dirigía Carlos Barral y que marcó una época decisiva en nuestra poesía. En Aullido... había una poesía exigente, atenta a la realidad, comprometida. Y en Aullido... estaban buena parte de los poemas que había escuchado en la voz de Luis Pastor y de Gabriel González. Después, vinieron más libros y vino… la amistad. No recuerdo dónde nos conocimos, seguramente en alguna reunión del PCE, o en un acto literario a medio camino entre la cultura y la política. El caso es que nos hicimos amigos, es que discrepamos mucho y muy abiertamente, que polemizamos y que nos reímos hasta decir basta cuando coincidimos en algún evento, sobre todo en el jurado anual del premio Andrés García Madrid que promueve el Ateneo Primero de Mayo, lugar donde cada año renovamos la amistad.
Carlos: siempre serás para mí el símbolo de la poesía que no se pliega ante las circunstancias. De la poesía resistente y a la vez iluminadora y combativa. De la poesía en definitiva. Te dejo aquí, al igual que a Armando, mi abrazo de compañero, de camarada, de colega, de amigo. Hasta siempre y espero que no tardando mucho podamos compartir mesa en un acto de presentación de la nueva edición de Aullido de licántropo.
Fin
Mi abrazo para los dos. Para Armando, el narrador imprescindible. Para Carlos, el poeta que nunca se doblegó. En los tiempos en que vivimos, en los que, en Europa, en España y en el mundo la derecha y las clases dominantes desarrollan, en todos los planos, también en el cultural, su ofensiva, ejemplos como los vuestros deben enseñar a las nuevas generaciones que la literatura y la política no pueden vivir en ciudades distintas. Que deben compartir la misma ciudad: la de la literatura comprometida con su tiempo y con la gente.
Os dejo con una lectura de poemas de Carlos en el Ateneo de Madrid en febrero de 2007.