Les hizo mucha gracia que yo me llamara como la profesora y a mi me descolocaba alguna cuestión del tipo: ¿cómo se enfada Martina? Ah, bien, si llora o grita, o se tira al suelo, o no me habla durante un rato. Yo hubiera querido decirle a ese niño que Martina es tremenda, como un relámpago y el trueno, como el rayo que sí cesa, porque cuando llora del enfado su llanto es suave, como lo que en Asturias llaman el urbayo.
Estaba dispuesta a someterme a una batería de preguntas incesante. "Podéis preguntarme lo que queráis", les dije. Niños, creo que conozco muy bien a Martina, pues lleva conmigo cinco años, los cumplidos, los que les cantasteis el otro día, y a esto hay que añadir los nueve meses que creció dentro de mi. Es introvertida y reservada, pero sentada en su silla a mi lado, con todos los compañeros en el suelo, sobre las colchonetas, estaba feliz, crecida, orgullosa. Y yo también, aunque resulte pueril, y un tanto bisoño. Como las celebrities en la alfombra roja, pero vestidas de street style. Todos esos ojos puestos sobre nosotras y mi hija mostrando una abierta sonrisa. La prodiga poco y por eso vale aún más.
Se mostró encantada cuando estuve haciendo manualidades con ella y sus compañeros. A mi esas horas me sirvieron para relativizar, para aparcar ciertos miedos vividos los días previos, para entender que hay que manejarse en la incertidumbre en estos tiempos de crisis porque es lo que toca, pero que la certeza de saberla feliz y sana me ayuda a lidiar con el resto.
PD. La imagen que acompaña el post es un dibujo que firmó mi hija hace semanas. Se supone que esa muñeca rosa de pestañas largas, calva y con demasiados dedos en manos y pies soy yo. Y tengo que deciros que a pesar de que diste bastante de ser el retrato de una beldad, me gusto mucho en esos trazos.