En los días nublados, mi
alma tirita, la luz se desvanece, mi mirada se debilita y no me dan calor los
sueños que quisiera yo vivir en tu habitación.
Busco el sordo crepitar de
una vela en mi corazón, que me diga que no está de más sentirse incomprendido,
de locura, devaneo, ¡que se yo! Al final, cera y vela, lo mismo, fundido en un
único fuego.
Sin ganas para robar el
tiempo que te viene por delante, sin darle cuerda al reloj, noto que clavada como
espinas te llevo dentro de mi silencio y cada herida me recuerda que me ahoga
esa ansiedad como la lluvia al caer de madrugada.
Querida soledad no vengas a
engalanarme con tu disfraz, llevamos tiempo ahuyentando nuestros pecados y cada
herida que me dejas me roba el sentido.
Texto: Gustavo García Pradillo