Estoy en Nueva York, pero no en la ciudad; sino en el estado, que también existe. Estoy en el paraíso de las ardillas buscando la apacible vida de un lugar pequeño. De golpe he cambiado Madrid por una comunidad de siete mil almas. Estoy en Rhinebeck, a cien millas de Manhattan, en una casa construida con madera y pintada de gris pálido. En un pueblecito que se parece a los de la maqueta del tren eléctrico que nos traían en Navidad los Reyes Magos.De mis veinte años como profesional de la radio he aprendido a disfrutar de la importancia de los silencios, en un mundo de contrastes, saturado de palabras. A distinguir el contorno de las sonrisas y los guiños que se producen fuera del guion establecido y que, en definitiva, dotan de vitalidad a nuestra existencia. Con esa intención, la de escuchar, caí una tarde de verano en este pequeño pueblo neoyorquino a orillas del río Hudson. Y antes de darme cuenta estaba inmerso en una maraña de historias fascinantes, insospechadas. En una América que yo ni siquiera presagiaba que pudiese existir.Había pasado dos décadas relatando mis propias crónicas y algo en mi interior me avisaba de que había llegado el momento de prestar atención a las historias de los otros.PICHA AQUI PARA EMPEZAR A LEER EL LIBRO
Estoy en Nueva York, pero no en la ciudad; sino en el estado, que también existe. Estoy en el paraíso de las ardillas buscando la apacible vida de un lugar pequeño. De golpe he cambiado Madrid por una comunidad de siete mil almas. Estoy en Rhinebeck, a cien millas de Manhattan, en una casa construida con madera y pintada de gris pálido. En un pueblecito que se parece a los de la maqueta del tren eléctrico que nos traían en Navidad los Reyes Magos.De mis veinte años como profesional de la radio he aprendido a disfrutar de la importancia de los silencios, en un mundo de contrastes, saturado de palabras. A distinguir el contorno de las sonrisas y los guiños que se producen fuera del guion establecido y que, en definitiva, dotan de vitalidad a nuestra existencia. Con esa intención, la de escuchar, caí una tarde de verano en este pequeño pueblo neoyorquino a orillas del río Hudson. Y antes de darme cuenta estaba inmerso en una maraña de historias fascinantes, insospechadas. En una América que yo ni siquiera presagiaba que pudiese existir.Había pasado dos décadas relatando mis propias crónicas y algo en mi interior me avisaba de que había llegado el momento de prestar atención a las historias de los otros.PICHA AQUI PARA EMPEZAR A LEER EL LIBRO