El personaje central, Ignatius J. Reilly, es un ser inadaptado y anacrónico que sueña con que la forma de vida medieval, y su moral, vuelva a reinar en el mundo. Para ello, para ser escuchado en un mundo en el que es incomprendido, rellena de su puño y letra cientos de cuadernos Gran Jefe, en los que plasma su visión del mundo, y desperdiga esos textos por su habitación, con la esperanza de ordenarlos algún día para crear su obra maestra. Mientras tanto la diosa Fortuna, contra su voluntad, lo catapulta al mundo capitalista, viéndose obligado a someterse a la nueva forma de esclavitud que para él es el trabajo. Él se resigna, comparándose a Boecio (que se resignó a su ejecución) y sale a buscar trabajo. Su actividad laboral y vital es el hilo que une y da sentido a toda la obra, y que nos permite conocer a otros personajes.
El otro día, mientras mis amigos miraban videojuegos en una tienda de segunda mano, yo echaba una ojeada a los libros. Cuál sería mi grata sorpresa al encontrar esta maravillosa novela, y nada menos que a un euro. El precio es insultante para una obra de tal calibre, pero eso facilitó que yo me hiciese con ella, pues hacía tiempo que la quería. Leí el libro hace años, prestado por la biblioteca. Me lo había recomendado mi hermano y sus frases citadas del libro me animaron a leerlo. Fue mucho mejor de lo que pensaba. A parte de las carcajadas que el medievalista Ignatius Reilly despierta con su "geometría y teología", la descripción de la sociedad y las personas que el protagonista va conociendo en su propósito de ganar dinero para subsanar una deuda es brillante, y en ocasiones las fealdades de ese mundo te golpean con su inmundicia y sus miserias. Da mucha pena que el autor, John Kennedy Toole, se suicidase a los 31 años sin ver su genial novela publicada. Pero por lo menos yo le estoy muy agradecida por habernos regalado un pedacito mordaz de Nueva Orleans.