A D. Herminio Picazo Bermejo, in memoriam
Por Juan B. Lorenzo de Membiela
Desde niño me cruzaba con D Herminio y su señora, a veces también, con su hija Maria, en el portal de casa. Y desde niño también guardo un recuerdo, cariñoso y cercano, de un hombre que hizo de la discreción y exquisitez de trato, un modo de vivir y convivir.
Sus palabras eran cercanas y afectuosas. Su trato exquisito. Nunca escatimó una sonrisa, nunca un quiebro brusco. Sus ademanes vislumbraban una refinada educación. Sus juicios, siempre acertados, prudentes, precisos en palabra y en espíritu.
Poseía la elegancia de los caballeros de antaño que cultivaban la discreción y los silencios. Porque se asumía con resignación cristiana lo que los tiempos imponen imperativamente. Hablo de aquellos que lo son auténticamente, no de aquellos otros que lo son realmente, hay una pequeña pero importante diferencia, distinta y muy distante en el modo y forma de atemperar la vida y en definitiva, en serlo o no.
Hoy, la sociedad nuestra ha olvidado el poder y magnitud de la dignidad del silencio. Es un modo de vida que roza la épica y como todo lo épico, sufriente, intimo, personal. Es un modo de vida autentico.
La banalización de la modernidad hace al hombre menos cultivado, más procaz en sus modos: la insolencia de lo vulgar se impone aunque no da fruto alguno en beneficio de los demás. Lo popular, la normalidad social, nunca aprecio otras formas de ser y actuar diferentes de aquellas que rinden culto a los instintos y apetitos.
Marcho discretamente a los 98 años. Rodeado del cariño de su hija y nietos y de entre ellos, un nieto muy especial, muy apegado a él. Pero el tiempo es inexorable en su cita última. El tiempo que todo lo destruye. Ya lo versó Quevedo:
" Tiempo que todo lo mudas,
tú que con las horas breves
lo que nos diste nos quitas,
Tú, que con los mismos pasos
que cielos y estrellas mueves,
pisas umbral de la muerte ".
Tuvo una vida dedicada al servicio de los demás desde distintas instancias políticas y administrativas.
Técnico de la Administración del Estado, del Cuerpo Jurídico Militar, presidente de la Diputación de Albacete desde 1949 a 1955, director del Instituto Nacional de Previsión en Albacete, en donde se jubiló en 1978. Fecha en que se extinguía este Instituto de Previsión, creado por la Ley de 27 de febrero de 1908 y que aglutinaba los organismos autónomos hoy existentes, Instituto Nacional de Seguridad Social, Tesorería General de la Seguridad, Instituto Nacional de la Salud, Instituto Nacional de servicios Sociales, Instituto Nacional de Empleo.
Durante su etapa como presidente de la Diputación de Albacete fue promotor de la construcción de un nuevo internado benéfico para 304 plazas. Edificio que sería alquilado a los Padres Salesianos, que tras su expulsión de Albacete, pasaría a ser el colegio público Giner de los Ríos. Derruido en fechas recientes.
Construyó en los terrenos de la Granja, un pabellón dedicado al internado de los capataces agrícolas (1952). Se concluyeron las obras de un pabellón de infecciosos consecuencia de la epidemia de tifus padecida en 1941. Impulsó la creación de un pabellón para Maternidad en el Hospital Provincial. Son solamente algunos hechos.
Cuando dirigí el INSS y TGSS de Albacete, entre 2001 a 2004, lo invité en varias ocasiones. Guardo buenos recuerdos de aquellos encuentros. Y confieso que me emocionó recibirlo porque siempre fue un referente obligado en la seguridad social de Albacete.