Ese Dios que todo lo puede.
Milagrero y fanfarrón
que desde lo alto nos mira
sin mostrarnos compasión.
A Dios me lo tapa Dios.
El que cubre con su gracia
al usurero y al ladrón.
A Dios me lo tapa Dios.
Vengativo y justiciero
que condena al perdedor.
A Dios me lo tapa Dios.
El arrogante que no escucha
y sentencia
sin oír el corazón.
A Dios me lo tapa Dios.
El que queda allá en los cielos,
con el poder omnipotente
para dar la salvación.
A Dios me lo tapa Dios.
El asentado en su trono,
rodeado de sus ángeles
y de santos de cartón.
A Dios me lo tapa Dios.
El embustero que llama
bienaventurado al pobre,
mientras arrima a su lado
al poderoso, al que tiene
el dinero y la ambición.
A Dios me lo tapa Dios.
Y su santa iglesia, madre,
madrastra para el que sufre,
comadre libertina para el que tiene,
que se acicala y presume
exhibiendo para el mundo
de sus mejores ajuares
de poder y ostentación.
Pero…
Al final me quedo con el Dios que se queda.
Con el que se mezcla,
con el que no tiene nada
y todo lo espera.
Al final me quedo con el Dios que se queda.
Con el que sufre
y, sentado, se une
a nuestra tristeza
sin tener soluciones
para tanta pena.
Al final me quedo con el Dios que se queda.
Que me da cariño,
aunque no lo merezca
y ternura, en medio
de tanta pobreza.
Al final me quedo con el Dios que se queda.
Sin certezas:
Luchando en la lucha,
buscando el remedio
para tanta injusticia.
Al final me quedo con el Dios que se queda.
En el amor de quien odia,
en la humildad del que llora,
en la risa del que alegra.
Al final me quedo con el Dios que se queda.
A mi lado, viviendo
mis propias miserias,
sufriendo los mismos miedos
a lo oculto y desconocido,
a lo que no sabemos,
a lo que intuimos,
sin certezas,
pero amamos.
Al final me quedo con el Dios que se queda.
En una iglesia, hermana,
despojada de abalorios,
escándalo para el poderoso,
sufriente con el que sufre;
compañía en el camino
y espera -de esperanza-
para todo el que padece.
Al final me quedo con el Dios que se queda:
el que nace entre pajas sin poder y sin riquezas.