¿A dónde irán los afectos que se pierden en las noches de balcones cerrados? ¿A dónde la humanidad que soplaba nuestros corazones? ¿A dónde su complicidad que nos situaba en tiempos de otros? ¿A dónde los apuntes rotos del último de los pupitres? ¿O el polvo de sacos rotos que nos seguía hasta el bautizo de la noche? ¿A dónde la barandilla que cada viernes soportaba a nuestras espaldas? ¿O aquel último escalón que nos subía hasta las nubes? ¿A dónde los cafés náufragos en medio de tempestades? ¿Y los mares de otoños que nunca devinieron porque ella nos dijo que no? ¿A dónde los relojes dictados de sabia obediencia? ¿Y a dónde cada alumno con sus dudas y temores, que de pronto abrían sus móviles para enseñarnos su obra? ¿Y a dónde esos gritos que resonaban hasta más allá de las paredes, siempre abrigadas? ¿A dónde el Sol que nos rayaba las pieles nuevas? ¿Y aquella luz de vidas pasadas? ¿A dónde la herida que un día nos hizo mortales, con sus soles, sus nubes y su verde? ¿A dónde?
Decimocuarto día