La familia Adams
Me resulta complicado hablar de A dos metros bajo tierra. Es hasta la fecha la serie que más me ha gustado. Y me quedan por ver mastodontes como Los Soprano o Mad men pero mejor que Breaking bad. La considero una serie con la que me he emocionado, reflexionado y reído. Y con la que he discrepado bastante. Una serie de altura: original en su planteamiento y peleona como pocas en su desarrollo. Alrededor de 50 horas acompañamos a una familia desestructurada y que busca con y sin éxito ser feliz. Así de simple y así de complicada.
La familia Fisher, que lleva una funeraria, sufre la pérdida del cabeza de familia. El padre es Richard Jenkis. Ya solo por verle actuar, las cincuenta horas merecen la pena. Todo se desmorona durante cinco temporada apareciendo los fantasmas del miedo, la tristeza y la soledad. Con mucho humor negro. Y ahí radica uno de los principales encantos de la serie creada por Allan Ball. Cuál es la sorpresa de todos cuando descubren que su padre llevaba una vida paralela, una trampilla por la que respirar de un ambiente asfixiante en los modos y en las cadenas morales. Cada miembro de la familia afrontará a su manera el duelo. Con esta excusa argumental se destruyen de golpe sus cimientos para horadar la tierra (al menos dos metros) y hacer brotar una nueva manera de ver la existencia. ¿Qué es ser madre? ¿Y esposa? ¿Cuál es la responsabilidad de un hermano con otro? ¿Cuántas veces hay que tropezar con la misma piedra para ser humano?
La serie disecciona la relaciones para poderlas examinar como si de un cadáver se tratara. Deben ser estudiadas para poderse presentar al público. Igual que el cadáver que se pudre necesita ser visto maquillado una última vez, las relaciones deben mantener una fachada bella que no espante de las miserias y miedos que escondemos. Todos queremos dar la llave de nuestros secretos más íntimos a alguien aunque encuentren una sala destartalada y mohosa. Los Fisher siempre buscan un consuelo. Pues como dice Brenda, la novia de Nate (el hermano mayor) “being alone is the prison”, pero yo añadiría: y construir las relaciones escuece y duele como sanar una herida abierta.
El Oráculo
Las relaciones que mantienen los hermanos y la madre pueden estar podridas pero son la única salida a su soledad. Aquí radica la fuerza de la historia que nos cuentan. La emoción y la empatía por ellos es directa. Solo acompañándoles a lo largo de sus fracasos (y éxitos) podremos consolarles. No todo es drama, la serie está sembrada de humor negro: quizá el único colirio para sobrevivir.
El paso de las temporadas van dando lugar no solo a un estudio de las relaciones entre hermanos y de pareja sino que se enzarzan en el proceso de construcción de nuevas familias. La experiencia de querer ser padres y querer tener hijos. Es aquí donde la serie alcanza todo su esplendor planteando una vida más allá del egoísmo. O al menos intentándolo.
Todos los capítulos comienzan con la muerte del difunto que la familia tiene que preparar para el velatorio dando lugar a todo tipo (60!) de accidentes, deslices, caídas o avatares que muestran la fragilidad de la vida, no siempre trágica, a veces ridícula.