EXPERIENCIA
—Tranquila. Enseguida… Dos palabras, graves y profundas, que amplificaron su tormento. Unas manos indolentes se deslizaron sobre sus nalgas para, con dedos expertos, retirar la tela que cubría su intimidad. La gasa se deslizó por su piel. Unos sabios toques y estaba tan húmeda y dispuesta que no podía ni respirar. —Relájate, cielo, sólo dolerá un momento. Su voz, como melaza, le recorrió las venas. Ella le observó. Sujetaba a la invasora con seguridad. Una pequeña gota brilló antes de introducirse en su carne con dolorosa suavidad. Se le saltaron las lágrimas mientras él movía las manos con pericia. —Dese prisa, doctor, no lo soporto más. Sé que esto es por mi bien y la inyección curará mi gripe, pero tengo fobia a las agujas.
Lucía de Vicente