A fuerza bruta

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez

Con la obstinación de un pitbul mordiendo a su presa me comprometí en la edición de este blog. Mi pacto conmigo mismo consistió en mantenerlo actualizado escribiendo una entrada diaria durante un año completo. Estamos en octubre y, de momento, estoy cumpliendo mi propósito.
Mi trabajo me  cuesta. Ponerse cada día frente al ordenador, a veces a primeras horas de la madrugada o avanzadas horas de la noche, a escribir una entrada con algún interés exige esfuerzo y constancia. Pero era una  promesa que me hice a mí mismo: no sería escritor por falta de talento, o por falta de calidad, o acaso no por no acertar con los temas que interesen al lector... pero lo sería por la fuerza bruta; escribiría tal cantidad de artículos y tan variados que alguno merecería la pena. Lo fié todo al acierto estadístico.
Hube de recurrir a las libretas de apuntes, a las agendas de ideas, incluso, en los momentos en que estuve desnudo de papel, a las servilletas de ocurrencias en  cafeterías ocasionales. Muchas veces, pese a todo, las musas me dieron calabazas y ya solo me quedó forzarlas. Aunque sea así: con la inspiración violada, yo escribo. Me pongo ante el ordenador y escribo. Tomo lápiz y papel, y escribo. Ideas, recuerdos, sugerentes anécdotas... se acumulan en mis borradores del blog. Cuando la inspiración se torna estéril acudo a la lista de temas pendientes, elijo el más sugerente y le ataco con desesperación. Normalmente me sorprendo del provecho que le saco. Antes de la primera línea me siento tan vacío que siento la tentación de tirar la toalla, pero una vez que se empieza crece el estado de excitación y las ideas empiezan a bullir en la cabeza. Mientras escribo cunde el desasosiego, quiero terminar pero me obligo a hacer algo que merezca la pena. Normalmente lo logro. Si no es así, mi insatisfacción me obligará a repasar la entrada al día siguiente y quizás a descartar el texto. La parte más difícil es el final. Rematar los temas exige, como en la traca final de los fuegos artificiales, un estallido espectacular y contundente. Cuando logras una idea o una frase redonda te sientes profundamente satisfecho.
Normalmente tengo varias entradas listas. Programo su aparición para poder cumplir mi objetivo: una diaria. En ocasiones, por la oportunidad de un tema, publico dos en la misma fecha. En vacaciones, con estancias en lugares donde no puedo acceder a un ordenador, programo series de relatos o capítulos por entregas de algún cuento.  Pero hay veces, como hoy mismo, que no tengo nada entre manos. Así que he decidido escribir una metaentrada, un artículo sobre la génesis de los artículos.
Aunque repasados varias veces, cometo deslices: palabras repetidas, incorrecciones sintácticas, errores ortográficos,  faltas de coherencia... errores que no percibo durante la fiebre creadora pero que, ante una lectura posterior, se tornan evidentes. Aún realizo una última corrección meses después, esta severa y afinada, antes de publicarlos en los volúmenes que los recopilan. Allí están es su versión más depurada.
Así se desarrolla este largo proceso de publicar 1000 entradas, recopilarlas en 6 libros autoeditados, y con el extra añadido de lograr este año publicar una por día.  Mi columna diaria en un periódico inédito me hace sentir escritor amateur, periodista becario, redactor sin sueldo... Siento una obligación casi profesional por cumplir con "mi trabajo", como si mi sustento dependiera de ello. Ofrezco mi altruismo en el altar de mi blog ignoto. Espero que los dioses de los escritores desconocidos perdonen mi arrogancia.