Seguramente el título de esta entrada ya habrá escandalizado a muchas personas. “¿Cómo? ¡Alfredo está loco, sin lugar a dudas! Loco de atar! ¿Has visto esto, mujer? ¡Aconseja elegir la Complutense antes que Harvard! Buff, ¿no te decía yo que Alfredo estaba loco?” Pues sí, lo vuelvo a repetir para que quede claro: conociendo lo que yo conozco hoy, si un padre o un joven me preguntara sobre dónde es mejor estudiar teniendo la oportunidad de elegir Harvard con beca y todos los estudios pagados o la Complutense, yo les diría que optaran por la Complutense, sin lugar a dudas.
IMPORTANTE ACLARACIÓN — Este consejo lo daría ANTES DEL PLAN BOLONIA. Estoy tratando el tema de hoy como si el Plan Bolonia no existiera. Estoy hablando del sistema universitario español ANTES de Bolonia así que contextualiza la entrada a esa época, aquella etapa en la que aún existían las “carreras”, humo de tabaco en los pasillos, el “Plan 1953″ para Derecho y el sistema “de toda la vida” antes del atentado contra la democracia conocido como Proceso de Bolonia
¿Cómo es que he llegado a esta conclusión tan chocante para miles de personas? Es fácil: observando cómo la mentalidad competitiva llevada a ultranza, junto a muchos otros aspectos de todo lo demás que aquí en EEUU supone el proceso de ir a la universidad, ha destruído a los jóvenes en Estados Unidos y comparando los niveles de felicidad entre los jóvenes de los distintos países.
La pasada primavera me pasé un día entero en la oficina de admisiones de la Universidad de Harvard, para observar cómo el comité de admisiones hace su trabajo y poder comparar con el sistema español. Los alumnos que solicitaban ser admitidos tenían un número asignado por el comité, del 1 al 4, asignado después de analizar cantidades de criterios y códigos – selectividad, nota media, “ranking” en la clase, cartas de recomendación convertidas a un número, casos de “diversidad racial” e hijos de donantes millonarios. El “1” significaba “admitido” y los 3s o 4s solo podían ser admitidos bajo condiciones especiales – por ejemplo, ser un atleta con reconocimiento nacional, o ser hija de padres donantes que aportaran mucho dinero a la universidad por ser antiguos alumnos. Para mantener a los trabajadores animados, con energía, ví que también tenían mucha comida basura en grandes contenedores para los empleados analizando solicitudes de todo el país.
Dado el buen nivel de tantos alumnos interesantes desde donde elegir, había que buscar jóvenes con algo más allá, con algo “especial”. Jóvenes con cualidades personales que solo podían demostrar en cartas o ensayos especiales. Un joven que había acumulado decenas de actividades y uno de los perfiles más intensos fue rechazado por el comité, por ser demasiado “intenso”. Nunca se sabe en estas loterías de admisiones. Sí, digo lotería porque realmente funciona como una lotería. Aunque tomen en cuenta tus cualificaciones, el proceso es mucho más que eso. En España la gente diría que es como un casting.
Y es que, en EEUU existen los “super alumnos”. Me refiero con ese término que me acabo de inventar al típico estereotipo alumno ultra-competitivo, con excelentes notas, que habla idiomas, ha hecho trabajo voluntario en los rincones más exóticos del mundo, toca algún instrumento. Han podido superar todo eso, dejando a muchos adultos asombrados por sus talentos. Pareciera como si estuviéramos hablando de caballos de sangre pura circulando en un hipódromo.
Todo suena muy bien. Estos jóvenes parecen ser los ganadores de esa terrible carrera en la que han convertido la niñez en Estados Unidos. Pero la realidad es muy diferente, como he podido comprobar hablando con decenas de jóvenes universitarios y también leyendo lo que me escriben. El sistema de educación elitista fabrica jóvenes que, efectivamente son inteligentes y motivados, sí, pero también ansiosos, tímidos y perdidos. Su sentido de la curiosidad intelectual se ve mermado por un sentido retorcido de propósito. Atrapados en una burbuja de privilegio, todos como corderitos yendo hacia el mismo destino, hacen bien lo que hacen pero no saben muy bien por qué lo hacen.
Cuando hablo de educación elitista, estoy hablando particularmente de instituciones como Harvard, Stanford, Princeton, Columbia, Yale…las más famosas. También estoy hablando de todo lo que conduce a ellas: los colegios privados elitistas y también los colegios públicos en distritos de mucho dinero; la creciente industria de “tutores” y cursos de preparación, academias de entrenamiento, consultores; el proceso de admisiones en sí mismo, los programas de “Masters” de marca famosa y las oportunidades de empleo que supuestamente genera el B.A. (licenciatura o “grado” como dicen ahora imitando este estúpido sistema); y los padres en las comunidades, en general de clase media-alta, blancos, pijillos o “yupis” que empujan a sus criaturas al fauces de esta máquina. En definitiva, estoy condenando todo el sistema educativo norteamericano.
Debo decir que este tema lo vivo muy de cerca. Al igual que muchos chavales competitivos de hoy, yo también fui parte del proceso. Se tenía que elegir la institución más prestigiosa que te admita; se tenía en mente ciertos marcadores tales como éxito, ganar mucho dinero, riqueza, etc. La cuestión más importante: ¿Por qué quieres titularte, educarte, aprender algo, ni se contemplaba. He podido llegar a estas conclusiones de hoy gracias a mi edad, la experiencia y haber regresado a España después de estudiar aquí para comprobar cómo era allí el proceso de admisión. También llevo más de una década dando clases por aquí y por allá, así como trabajando en ambientes “competitivos”. Me puse a pensar mucho en esto últimamente mientras veía el estrés de los jóvenes en mis clases durante este pasado verano. Ahora quiero enseñarles cómo escapar de ese terrible sistema, qué hace a la sociedad y cómo podemos desmantelarlo.
Más me vino a la mente el tema cuando hace unas semanas, un joven español me escribió esto sobre un ex-amigo suyo que ha podido venir a EEUU para estudiar en la famosa Yale University. Me escribía a raíz de que sabía por mi biografía que conozco el sistema universitario a fondo en EEUU.
“Antes de haber empezado a estudiar en Yale, recuerdo que mi amigo se pasaba gran parte de su tiempo hablando de políticas pero de forma natural. Íbamos todos juntos al parque y era muy entretenido escucharle y opinar de distintos temas. Pero ya lleva dos años allí y he notado por sus emails cambios en él. Le veo más inseguro que antes, se preocupa de cosas absurdas que jamás pensé ver en él y esto lo noté en mi última visita a EEUU. No paraba de hablar de “networking” y sentir un estigma por no tener suficientes contactos laborales. Parece que en Yale se valora más hablar de libros que leerlos en realidad. Le noto distante y preocupado siempre de su tiempo”.
He podido dar clases a gente realmente inteligente e interesante a lo largo de los años. Chavales de familias bien que dan gusto porque dominan ciertos temas. Se aprende mucho de ellos también. Pero muy pocos realmente me han demostrado pasión por las ideas. Casi todos han seguido el programa específico competitivo que les marca su programa de estudios. Muy pocos ven la universidad como parte de un proyecto intelectual de descubrimiento y desarrollo. Todos van vestidos (hablo ahora incluso de universidades no muy prestigiosas) como si tuvieran que ser entrevistados en cualquier momento.
Detrás de la fachada tranquila, lo que encontramos son niveles tóxicos de miedo, ansiedad y depresión, de estar vacíos, sin rumbo, aislados, solos. Una encuesta reciente de jóvenes universitarios de primer curso demostraba que el nivel de felicidad o bienestar emocional para ese grupo ha caído a su nivel más bajo en toda la historia de esa encuesta/estudio (en 25 años).
Se ha llegado a extremos tales en el proceso de admisión, que los jóvenes admitidos hoy en día a esas universidades de élite nunca han fracasado en nada. La posibilidad de fracasar en algo les da pánico, se sienten desorientados. El resultado es una aversión violenta hacia el riesgo. No existe el margen para el error, así que evitamos toda posibilidad de cometer errores. Este pasado verano por ejemplo, una chica de Virginia me comentaba sobre sus estudios “me encantaría poder pensar más sobre lo que estoy estudiando pero no tengo tiempo nunca”. Cuando le pregunté si ha pensado en no sacar sobresalientes siempre, me miró como si le hubiera insultado a la madre.
Hay excepciones, por supuesto. Hay jóvenes que resisten y quieren una educación verdadera. Sin embargo, se sienten como “frikis”. Se han dado casos de jóvenes abandonando Harvard o Yale, porque prefieren convivir con el mundo, porque pudieron darse cuenta de lo terrible que son esos ambientes.
“Hombre, Alfredo, pero eso es una gran inversión”. Esa es la frase que mucha gente me pronuncia como dogma de fe al hablar de Harvard y otras grandes universidades famosas. Nadie me dice qué significa eso realmente o en qué específicamente están invirtiendo cientos de miles de dólares. ¿Ganar más dinero? ¿Poder ser mínimamente empleable? ¿Para qué sirve la universidad, pues?
La universidad debe existir para enseñarte cómo pensar. No me refiero a los talentos necesarios para el desarrollo de una disciplina particular. La universidad era hasta hace poco una oportunidad para estar “fuera del mundo”, entre la ortodoxia de tus orígenes familiares y la exigencia de tu carrera, poder contemplar las cosas desde la distancia.
Aprender a pensar es solo el principio. Tienes que crear una personalidad, tú personalidad. Parecerá una idea rara. En EEUU realmente no existe la frase “desarrollo de la personalidad” pero es un derecho humano universal. Solamente cuando sepamos comunicar entre mente y experiencia, te convertirás en un ser individual, único. Los libros, las ideas, las obras de arte y pensamiento, todo eso sirve para el desarrollo de mentes jóvenes a tu alrededor para poder buscar respuestas a los problemas del mundo, cada uno a su manera.
Las universidades elitistas dicen que sí enseñan a sus alumnos pensar. Pero en realidad lo que enseñan es análisis y retórica, elementos necesarios para tener éxito en sus empresas o profesiones. Todo se justifica en término utilitarios, tecnocráticos.
La ironía de todo esto es que las universidades religiosas, incluso las menos conocidas que solo sirven zonas regionales, a menudo cumplen este papel de desarrollar el pensamiento con mucha más eficacia que Harvard o Yale.
“Bueno, Alfredo, vale. Pero las clases en Harvard y otras universidades elitistas son rigurosas, exigentes”.
No, no necesariamente. En las ciencias, normalmente sí; en otras disciplinas, no tanto. Hay excepciones como casi todo en la vida, pero lo que yo veo en EEUU es un “pacto de no agresión” entre alumnos y profesores. Los estudiantes ahora son clientes de la institución, gente para complacer en vez de ser retada. Los catedráticos son muy bien pagados por sus publicaciones, así que intentan dedicarle el menos tiempo posible a sus clases o alumnos. De hecho, todos los incentivos salariales de los profesores va contra la enseñanza real y cuanto más prestigiosa sea una universidad, más fuerte es este prejuicio contra la enseñanza. El resultado es lo que aquí se conoce como el fenómeno del Grade Inflation (inflación de notas), notas infladas para trabajo académico de pacotilla.
Sí, es verdad aquello de “bueno pero hoy en día los jóvenes en EEUU son muchísimo más emprendedores y creativos que hace décadas”. Pero no es menos cierto que eso en nada debe cambiar nuestras opiniones sobre qué constituye una buena vida. Tal y como están las cosas ahora, una buena vida significa prestigio, riqueza y tener muchas cosas.
La idea de ser líder es lo que impregna estas instituciones. Ser un buen alumno significa pensar exclusivamente en cómo llegar a la cabecera de la empresa, ser ejecutivo, ser CEO, ser un abogado famoso que sale en la tele, quizá. En definitiva, se trata de escalar el muro resbaloso de cualquier jerarquía que te interese.
La ironía es que a todos esos alumnos se les dice que pueden ser lo que quieran en la vida, pero la práctica totalidad acaba eligiendo muy pocas cosas. Desde el 2010, más de la mitad de los titulados por Harvard acabaron trabajando en finanzas o en empresas de consultoría. Han desaparecido campos enteros: el clero (especialmente cristiano pero también judío), las fuerzas armadas, la política electoral, incluso el mundo académico en sí, como las ciencias básicas. Se considera glamoroso abandonar los estudios en estas universidades de élite si quieres ser el próximo Mark Zuckerberg, pero una locura querer ser trabajador social. Cuando Wall Street se dio cuenta que las universidades estaban escupiendo grandes cantidades de titulados inteligentísimos pero totalmente confundidos, jóvenes que tienen mucha potencia, una ética de trabajo muy fuerte y no saben qué hacer con sus vidas, metieron mano.
De momento las cosas le van muy bien. Siguen subiendo las tasas universitarias año tras año, siguen endureciendo los requisitos de admisión pero de momento la gente sigue creyendo en esas universidades.
Parece un poco ridículo insistir que las universidades como Harvard son bastiones de privilegio donde los “ricos” mandan a sus hijos para que aprendan cómo hablar, andar y pensar como élite. ¿No se sabía esto? Ya, pero nos gusta fingir que no es así. ¿Acaso no vivimos en una “meritocracia”?
Para demostrarlo, estas universidades han usado la palabra “diversidad”. Por supuesto, esa diversidad representa una revolución social. Hoy en día Princeton, que no admitió mujeres hasta 1961 (el mismo año en el que solo había un varón de raza negra matriculado), es hoy mitad mujer y mitad no-blanco. Lo mismo pasa en la Universidad de Columbia (Columbia no admitió mujeres hasta 1981). Si andas hoy por el campus, no solo hay más mujeres estudiando, si no que más de la mitad de los alumnos no son de raza blanca. La mayoría, eso sí, de los “no blancos” en Columbia son asiáticos. También hay latinos, pero estos son para mantener cuotas y no parecer tan “exclusivo” de cara al público.
Pero esta diversidad racial y sexual es simplemente una máscara para ocultar la brutal segregación ECONÓMICA. Las universidades de élite todavía viven del capital moral que se ganaron en los años 60, cuando desmantelaron los mecanismos de la aristocracia “WASP” (los antiguos blancos, anglosajones protestantes de familias antiguas en EEUU que dominaban esas universidades de élite solo para ellos).
Lo cierto es que la meritocracia nunca fue tan parcial. Véte a cualquier campus elitista en EEUU y verás que, efectivamente, los hijos de banqueros blancos están jugando en equipos con negros y latinos. Se piensan que ya ha diversidad si tú vienes de Alabama y otro alumno es de Pakistán, musulmán. Claro, nunca piensan en algo más fundamental: todos sus padres son médicos y banqueros.
Como decía, hay excpeciones a todo esto pero hablo en general. De hecho, el grupo que más ha sufrido esta política de “diversidad cultural” son los jóvenes de raza blanca procedentes de zonas rurales y pobres. De estos apenas verás en ningún campus elitista.
Dejémonos de engaños: el jueguito este de las admisiones no tiene nada que ver con las clases medias y bajas buscando tener éxito en la vida o incluso, de la clase media-alta buscando mantener el poder. Se trata de establecer la jerarquía exacta de estado dentro de la clase media-alta. En las zonas residenciales adineradas y zonas urbanas con enclaves millonarios como Nueva York, el debate ni siquiera es si fuiste a una universidad de élite o no sino a CUAL DE ELLAS. El debate entonces es Princeton contra Yale, o Harvard contra Columbia, etc. No importa que una persona inteligente pueda haber estudiado en Ohio o Florida, ser médico, vivir en Indiana y tener buen sueldo. Un resultado así sería horrible para ellos tan siquiera contemplar. Si pudieran leer el español y ver esta entrada, creo que vomitarían del malestar. ¿¿¿COMPLUTENSE POR ENCIMA DE HARVARD??? Incluso, creo que no pocos españoles pensarían que me falta algún tornillo. Pero no, hablo muy en serio.
Este sistema está exacerbando la desiguladad, retrasando la mobilidad social, manteniendo privilegios y generando un sistema de élite aislado de la sociedad que deben supuestamente dirigir. Las cifras no engañan. En 1985, el 46% de los universitarios en primer curso de las universidades más prestigiosas eran de clase media en origen. Para el 2000, el 55%. A partir del 2006, solo un 15% de ellos vienen de familias pobres o de clase media. Cuanto más prestigiosa sea una universidad, más desigual será su cuerpo estudiantil. Pero las públicas en EEUU tampoco se salvan mucho. Desde el 2004, el 40% de jóvenes estudiando en estas universidades vienen de familias con ingresos superiores a 100 mil dólares anuales, un aumento del 32% desde tan solo cinco años antes.
Esto ha creado un sistema realmente indeseable en EEUU. Las familias adineradas empiezan a cultivar esto en sus hijos desde el minuto que nacen. Clases de música, equipamento deportivo, programas de “enriquecimiento personal” que incluyen viajes a Guatemala o África. Las pruebas de admisión en teoría miden la capacidad académica de un alumno, pero en realidad miden el poder adquisitivo de sus padres. Hoy, menos de la mitad de jóvenes con buenas notas y excelentes credenciales se matriculan en la universidad si son de familias pobres.
Las universidades de élite no se interesan por ellos porque con esos padres pobres, no tendrían la base de donantes multimillonarios que tienen.
No es casualidad, pues, que la desigualdad económica está a los niveles más altos en EEUU desde la Depresión de los años 30 o que la mobilidad social es inferior en EEUU en comparación con casi todos los demás países desarrollados. Hoy, es más probable, sí, atención por favor: Hoy, un joven que haya estudiado en la Complutense, de origen pobre, tiene más probabilidad de ser “rico” en algún futuro que un joven de origen pobre estudiando en HARVARD.
Algunos jóvenes me preguntan, después de escucharme en estos temas, “¿qué puedo hacer para evitar convertirme en otro zombi sin idea de nada del mundo real?” Pues, no tengo una respuesta universal para todos porque cada personas es distinta, pero sí puedo animar ciertas actitudes. La mejor que se me ocurriría, si un español me preguntara elegir entre Harvard o la Complutense es que estudie en la Complutense. No se puede entender los problemas de las personas sin asociarte con ellos. Y esta interacción debe ser EN IGUALDAD, no en un contexto de servicios y tampoco “hacer el esfuerzo” como me comentó una chica de mucho dinero hace poco, con toda la seriedad del mundo: “Alfredo yo a veces invito a las señoras que trabajan en la limpieza a un café”. ¡Qué amable!
Debes quitarte de la mente eso que te han dicho sobre tu inteligencia. Realmente no eres mejor que nadie ni más inteligente solo por ir a Harvard. Hay verdaderos imbéciles que han estudiado en Harvard y gente muy preparada, inteligente, que ha estudiado en la Complutense. El nivel de inteligencia es algo con lo que se nace, no es una caracteristica que se pueda forjar en una universidad de marca. También hay mucha gente inteligente en Harvard que, sin embargo, no es lista como muchos alumnos de la Complutense sí pueden ser.
Ya, ya sé que el nombre sí importa. Ya sé que Harvard tiene el prestigioso nombre. Pero el prestigio es relativo y se lo das tú. Yo no se lo doy. Si más gente desarrollara esta actitud, se hundirían todas esas universidades que viven del juego, en detrimento de los que menos tienen.
Ya, ya sé que el cuerpo estudiantil puede que sea muchísimo más interesante e internacional en Columbia. “La universidad española es mediocre”, me dirás. Puede que así sea según tus valores personales, pero para mí la verdadera mediocridad es no poder realmente pensar en ideas, en tener que estar pensando constantemente en qué empresa prestigiosa trabajar, en ser “broker” o CEO, en ganar mucho dinero o estar siempre en competencia. Si lo que buscas es APRENDER con mayúsculas, pues no creo que Harvard sea la respuesta. Personalmente, he aprendido cosas mucho más interesantes en mi vida hablando con drogadictos en un bar antes que con jóvenes de Princeton.
Los jóvenes que estudian en centros mucho menos prestigiosos suelen ser más curiosos, más interesantes, más abiertos, mucho menos amargados.
No ser un gilipollas privilegiado es un objetivo admirable. Es algo que he decidido para mi vida desde hace tiempo. No me interesa ni la mitad de las cosas que le interesa a gente de mi “clase social”, cada vez menos. Cada vez me intereso más por la gente en su totalidad, por los problemas de los demás y cómo generar un sistema mejor. Ha llegado el momento de reformar todo el sistema educativo de nuevo, salir hacia una sociedad totalmente distinta que esta imperante.
Antes, yo era de los que pensaba que necesitábamos crear un mundo en el cual todo niño tuviera la igualdad de oportunidades para alcanzar Harvard. En realidad, lo que necesitamos es un mundo en el que NO SEA necesario estudiar en la “Liga Ivy o en otras instituciones privadas para poder tener una buena educación de calidad.
Por eso el sistema español era (ahora se lo están cargando) mejor para este consejo: una educación superior pública universal, financiada con impuestos, para el beneficio de todos. Ese fue precisamente el compromiso que habia con la educación pública después de la IIª Guerra Mundial. Era realmente el “sueño americano” – trabaja y estudia más, llegarás lejos. Hoy, eso es una mentira. Ya va siendo hora de recuperar todo lo que hemos perdido como sociedad en estos terribles años de crisis.Hemos probado la aristocracia. Hemos probado la meritocracia. Hemos probado la diversidad. Hemos probado el Proceso Bolonia en España. Ya va siendo hora de probar la democracia y la defensa de nuestros derechos.