Querido Pablo:
me acordé de tí hoy. Mejor dicho, muchos nos acordamos de tí hoy, cosas de las efemérides. Tu retrato invadió las pantallas de los ordenadores -por no extenderme mucho con las explicaciones, digamos que me refiero a los periódicos de hoy en día- y la tinta corrió en litros para formar, mil veces repetidas, tus dos o tres citas más conocidas. Ya sabes, aquello de que somos socialistas no para amar en silencio nuestras ideas, lo de que no morimos sino que nos sembramos -ya sé, ya sé que ésta no es tuya, pero…- y todo eso.
¿Qué te puedo decir? Te podría decir tantas cosas…
133 años después, la necesidad de construir una alternativa para mejorar las condiciones de los obreros sigue siendo tan urgente como cuando tú fundaste el PSOE. El problema es que hoy en día los obreros ya no se creen obreros.
Claro que llegó un día en el que toda esa gente se dio de bruces contra la realidad. Cuando les empezaron a arrebatar todos esos derechos que ni sabían que tenían, muchos obreros que hasta entonces no sabían que lo eran acudieron a quienes, por definición, debían defenderlos. Y se encontraron con unos sindicatos que también habían enterrado la lucha de clases, y se preocupaban más de gestionar las migajas del sistema que los amordazaba que de pelear por los derechos de los trabajadores. ¿Cómo culparles, Abuelo? ¿Cómo culparles a ambos de que, por ir con el paso cambiado, no fuesen quien a entenderse? Los unos, por creerse lo que no eran. Los otros, por dar de comer al sistema que era, en realidad, su verdugo, y que justificaban creyéndolo el menos malo posible. Vaya tingláo, Abuelo. Por si fuera poco, frente a esta situación ya de por sí caótica, surgió -como siempre- la derecha para embarrarlo más todo. Del sindicalismo y los sindicalistas se dijo de todo. Se les tachó de gamberros, de violentos, de no defender los intereses de los trabajadores frente a quienes sí lo hacían (ellos, ¡la derecha!) y de otras muchas cosas tan pueriles que no merece la pena ni mencionar. Y muchos obreros se tragaron ese cuento. Ayer mismo, 1 de Mayo, muchos defendieron el hashtag (para que me entiendas, sustituye esta última frase por un “muchos entonaron el lema…”) #NOaTomarLaCalle. Ya ves, Pablo. En tu época puede que fueran las tabernas las que enturbiaban el espíritu obrero. En la mía, muchas veces creo que es la estupidez la que lo hace.
España, como ya bien sabes, perdió Filipinas y Cuba. A día de hoy, sin embargo, seguimos ejerciendo nuestro pequeño colonialismo, e incluso hay algaradas entre los poderes cuando alguna de nuestras colonias económicas decide recuperar lo que es suyo. Supongo que ya se cansaron de seguirle, seguirle la corriente a María Cristina cuando los quiere gobernar. Se llama, entonces, al grito del patriotismo más rancio, sólo superado por finales del Mundial de fútbol (el nuevo opio del pueblo de hoy en día). Un patriotismo al que nadie llama cuando nuestros poderes fácticos dedican los viernes, por aquello de que es el día que tiene las tardes más tontas, a romper en mil pedacitos las estructuras sociales que hicieron a nuestro país justo alguna vez. Si el Gobierno dice que quiere controlar sin tapujos al principal medio de comunicación del país, no hay patriotismo, sino un ejército de monos que se tapan las orejas para no oír. Si la Seguridad Social pasa a ser de copago (lo llaman así, aunque tú apreciarás, y no te falta razón, que todo españolito ya paga por mantener ese sistema, y que “repago” sería una expresión más correcta), y los jóvenes nos quedamos sin ella, y a los ancianos se les impone pagar por su medicación… no hay patriotismo; sólo un ejército de monos que se tapan los ojos para no ver. Si mientras los políticos se niegan a dejar de ir en primera clase -o se encargan retratos para su solaz. O persisten medidas que los alejan del común de los mortales en cuanto a derechos básicos- se reduce la inversión en la educación de nuestros niños… adivinaste: ahí tampoco hay patriotismo, sino un ejército de monos que se tapan la boca para no hablar.
La Iglesia no ha muerto, Pablo. Ni mucho menos. Está más viva que nunca, a pesar de que cada dos por tres le salgan miserias que su jerarquía se empeña en intentar tapar. Hace poco nos visitó el Sumo Pontífice y la jarana fue impresionante.
¿Que si seguimos votando ante este panorama desolador? Sí. Cada vez menos, eso sí. Salen los de siempre, porque aunque no te lo creas, ciento treinta y tres años después hay nuevas leyes que avalan el turnismo político.Un turnismo dirigido por la monarquía. De nuevo la monarquía. Eso tampoco se lo ha llevado la lluvia, Abuelo. La realeza sigue siendo un nido de sátrapas y de vividores, un sistema de poder por la sangre injusto y que, sin embargo, sigue siendo comparado con el republicanismo porque, a fin de cuentas, “costaría lo mismo y no molestan”. Como si hubiera que ponerle precio a la igualdad y a la democracia, a la voz del pueblo.
El mundo da asco, Pablo. España da asco en el 2012. Echamos de menos tu voz metálica y rotunda, tu gesto decidido y tus ideales claros. Extrañamos lo que jamás podrá ocurrir, y por eso sentimos nostalgia de la más que remota posibilidad de que vuelvas, 87 años después de haberte marchado para siempre, y nos pongas a todos al hilo. A las derechas, a las izquierdas, a los de arriba y a los de abajo; a los que somos tuyos, a los que dicen serlo, a los que te citan correcta y a los que te citan incorrectamente. A todos.
No podría ser, ¿no?
¿Ni siquiera una visitilla de cinco minutos?
Tuyos siempre,
La Cantera de Babí y el Reñidero..
PD. Oye, que si al final te enrrollas, quedamos en otro sitio que no sea Casa Labra. Es que ahora ronda el menú como 30 euros allí y no está la cosa para muchos trotes…