A la cárcel los golpistas

Publicado el 09 octubre 2017 por Franky
En este momento, el mayor riesgo para España ya no es la independencia de Cataluña, un proyecto loco que cada día resulta más inverosímil e imposible, sino el que los delincuentes peligrosos y enemigos de la nación que han dado el golpe de Estado en Cataluña, con el presidente Puigdemont al frente, sigan libres y ni siquiera estén procesados. Ese escándalo desmoraliza a la población y demuestra, de manera fehaciente, que la política, en España, es una basura ajena al derecho y al bien común. Con independencia de que sea o no estratégicamente conveniente o que se atenga o no a los planes del gobierno, los que han delinquido y puesto en peligro a España tienen que ser ya urgentemente juzgados y condenados, pues la evidencia demuestra que son culpables. La dignidad de España y el orgullo del pueblo lo exigen. Si el gobierno los indultara o manipulara los tribunales para que los golpistas sean tratados con benevolencia, una densa baba de indignidad y vergüenza inundaría España, castraría el futuro y convertiría al país en una pocilga mucho más indigna e indecente de lo que ya es. --- El hecho de que Puigdemont, Junqueras, Forcadel, Trapero, Romeva y otros golpistas estén libres y no en la cárcel constituye una violación de las leyes y una burla a la Constitución, además de que envía a la sociedad española mensajes siniestros y brutales: el poder aplica las leyes según le conviene y tiene más riesgo de terminar en la trena quien roba un jamón que quien se empeña en dividir, sembrar odio y destrozar España.

Si ese grave error de la política española no se corrige pronto, los ciudadanos sabrán durante décadas que el Estado no es fiable y que la clase política, sea del color que sea, es corrupta, antidemocrática y peligrosamente arbitraria.

Los españoles tienen derecho a que se les haga justicia y que aquellos que han puesto la nación en peligro, generando dolor, miedo, zozobra y angustia en millones de ciudadanos, además de crear peligro real de guerra en las calles catalanas, sean encarcelados y caiga sobre ellos, con el máximo rigor, el peso de la ley.

Los golpistas secesionistas ya deberían estar en la cárcel, a la espera de juicio sumarísimo, se haya completado delito o no. Lo que han hecho hasta ahora es suficiente para entrar en prisión y recibir el castigo de la Justicia, un deber sagrado en democracia, aunque los políticos españoles, acostumbrados a que su voluntad y caprichos estén por encima de las leyes y de la Constitución, ignoren esa exigencia de la democracia.

Aunque Puigdemont abandone ahora su propósito de romper España, ya es reo de cárcel. Sus crímenes tienen que ser castigados por razones de salud y dignidad. El independentismo ha sido malvado y ha impregnado la sociedad de odio y delitos, convirtiéndose en un factor peligroso para España y la convivencia humana.

No hay arrepentimiento entre los golpistas, ni propósito de enmienda. Que nadie se equivoque y piense que están derrotados. Sólo están agazapados, como fieras heridas, esperando una nueva oportunidad para dar el zarpazo definitivo a la nación.

Si los golpistas del 23F fueron detenidos de inmediato, éstos rebeldes contra la ley y la democracia, que en varios aspectos han llegado más lejos, tienen que ser detenidos y puestos a disposición judicial.

Pero, para que la acción de la Justicia sea completa, también deberían ser investigados aquellos políticos españoles que incumplieron, durante tres décadas, su deber de cuidar la nación y defenderla, cerrando los ojos ante los delitos del nacionalismo, la corrupción generalizada y cediendo a las autonomías competencias de educación, sanidad, justicia y parte de cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, que fueron utilizadas contra el bien común y el interés de España.

Entre unos y otros, entre golpistas, traidores, ciegos y cobardes, nos han enseñado que no son de fiar, que es el ciudadano quien, en última instancia, debe defender la patria y que el sistema de las autonomías es un cáncer que sólo interesa a los políticos y que terminará por devorar la nación, si no es eliminado a tiempo.

Lo único bueno de la experiencia catalana es que los ciudadanos hemos aprendido a no fiarnos de la clase política y que hemos llegado a la conclusión de que, ejerciendo el boicot, tanto a los nacionalistas como a los políticos fracasados españoles, podemos influir, controlar a las mafias instaladas en el Estado y mandar, como nos corresponde en democracia.

Francisco Rubiales