Una de las informaciones que han saltado a los primeros puestos del ránking informativo es la cola de 150.000 personas que se dieron cita frente a la oficina de contratación de una multinacional de maquinaria agrícola, que ofertaba 150 puestos de trabajo en Getafe. Algunos de ellos, parados de larga duración, estaban allí sin saber siquiera a qué puestos optaban. Es la desesperación más absoluta, agarrarse a un clavo ardiendo sabiendo que los clavos no flotan ni pueden salvarnos en un naufragio. Horas más tarde, se conocían los devastadores datos del paro de septiembre: devastadores para la economía macro y micro, pero también para la esperanza.
El diario New York Times lo explicaba anteayer bien claro: la situación es insostenible, no queda margen para más recortes a no ser que el objetivo sera seguir la senda de la miseria marcada por Grecia. Y, claro, ese no debería ser el objetivo, quizá sea solo un medio para una vez debilitado todo lo público: desde la educación a la sanidad, pasando por los servicios sociales de todo tipo, venderlo a precio de ganga a un buen postor que “lo ponga en valor”, es decir, que cobre por ello y, por arte de magia y a base de esfuerzo y una loable labor de reestructuración, lo haga rentable para él, claro.