Curiosamente, y mientras estoy en casa, puedo oír las discusiones de los del cuarto izquierda, la televisión del de abajo, y hasta el piano del que vive enfrente, pero al dar las doce y al abrir la puerta, solo escucho el silencio. Un silencio extraño, frío, desgarrador que me recorre el cuerpo y que me hace volver rápidamente sobre mis pasos. Comienzo a sentir miedo. Me quedo petrificada detrás de la puerta esperando a que suene nuevamente para así descubrir a mi visitante nocturno, pero es en vano porque no ocurre nada. Empiezo a alterarme porque la broma ya está yendo demasiado lejos, así que tomo la decisión de golpear a la puerta de mi vecino queriendo culparle a él de esta tomadura de pelo. Me planto en su puerta y llamo varias veces al timbre, pero nadie responde. Me siento una estúpida y decido volver a casa, pero algo me detiene. Siento una presencia detrás de mi. Me vuelvo y allí está él, un señor mayor al que no reconozco vestido de traje oscuro muy antiguo, con un bastón en su mano izquierda y una rosa roja en su mano derecha. Sonriente se dirige hacia mí, pero se apaga la luz y el pasillo se queda a oscuras. Me acerco al interruptor y prendo nuevamente la luz, pero estoy sola. Entro en casa tan rápido como puedo y cierro la puerta con llave. Me tiemblan las piernas, y siento como si el corazón quisiera escapar de mi pecho. ¿Quién es y por qué toca en mi puerta cada noche?A la mañana siguiente me cruzo con Pilar en la portería y le cuento lo sucedido. Me intenta tranquilizar, pero en sus palabras se deja entrever su nerviosismo. Piensa que trabajo demasiado y que todo es causado por el estrés, pero sé que no es así. Le pregunto por ese señor mayor y me afirma que no hay nadie de esas características en el edifico y, como queriendo zanjar el tema, me aconseja que no lo comente con nadie más y que lo olvide. Pero yo le vi, sé que estaba ahí y sé que volverá a visitarme, como cada noche cuando el reloj marque las doce.
Texto: Cande Montañez Marrero
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