Si hace una semana escribía de la OSPA como un Gran Reserva del 91, lo degustado en este último no hace sino corroborar toda la cosecha. Le puedes beber solo, acompañando cualquier tipo de comida, usarlo para cocinar (olvidando aquéllo del peor vino para el puchero) e incluso echarle un poco de gaseosa porque los vinos excelentes "aguantan" de todo. Esta vez pudo caer algo del corcho pero no empaña el sabor, regusto en boca ni por supuesto el empaque de este gran reserva del que seguiremos saboreando muchas más botellas, la próxima precisamente la del XX Aniversario... y si hay que decantarlo para poder paladearlo aún más, pues ya tenemos al sumiller de turno.
Mi madre la oca ("Ma mère l'oye") de Ravel es una maravilla de la orquestación a partir de la original para piano a cuatro manos, llena de color y vigor, "obra cumbre de la historia de la música" para el nuevo aspirante a director titular, un búlgaro que hace carrera en EE.UU. y nos prometía "dar color a la OSPA" lo que realmente consiguió. En cada concierto examinamos tanto el director como a cada uno de los componentes de la orquesta no ya los solistas, realmente auténticos músicos, sino al conjunto, volviendo a presumir de un bloque con sonido propio que en los cinco números escuchados dejaron momentos para la historia de la formación en cuanto a ejecución e interpretación muy bien entendida por el director.
Y por si el esfuerzo intelectual de la primera parte, "entremés sobre mesas" incluido, no fuese bastante, saltar a La Cuarta de Chaikovski es ya de por sí todo un ejercicio de autocontrol y dominio para la Sinfonía nº 4 en Fa m., Op 36, exigente con todos y realmente una prueba más de la calidad que atesora nuestra orquesta, a la que hay que reconocerle su excelencia en este repertorio, no ya por una cuerda que maravilla en cada concierto sino por una cohesión y empaste de todos (la madera es como la barrica para el vino y los bronces que diría Valdés dan el color) logrando un sonido propio con una gama tímbrica en obras maestras del mundo sinfónico que pocos como ellos son capaces de sacar, y más si el director conoce y recrea como sucedió con esta interpretación de La Cuarta.
El Andante sostenuto arrancó con el cuarteto de trompas sonando redondo y empastado, contestado por unas trompetas potentes pero contenidas, para llegar la cuerda en toda su expresividad y congoja, siempre seguida de una madera impecable, con un desarrollo temático que el maestro búlgaro supo desgranar al detalle hasta ese final de movimiento en ff.
Me puso la carne de gallina ese oboe que comienza el Andantino in modo di canzona con la cuerda tensa, jugosa, lamento más que canción, al que siguieron en igualdad emotiva el resto.
Maravilloso resultó el Scherzo: Pizzicato ostinato, sin velocidades cara a la galería pero dejándonos paladear la dinámica de este movimiento y las intervenciones del viento, nuevamente bien llevados desde el podio jugando con esos cambios de tempo que marcó y siguieron al detalle.
El Finale: Allegro con fuoco con auténtico arrebato sonoro en el tutti pero de agógicas nada alocadas que permitieron escuchar todo lo escrito, puso la guinda a un concierto distinto e incluso divertido en cuanto a las obras elegidas, pero del que sigo paladeando el último trago.