Por Nestor Nuñez
El actual gobierno derechista de Brasil parece decidido, entre otros dislates y conjuras contra su propio país, a abrir nuevamente las puertas de la Amazonía a la presencia militar norteamericana.
En efecto, para la primera semana de este noviembre está diseñado el ejercicio bélico conjunto “América Unida” que reunirá en la ciudad de Tabatinga, donde confluyen las fronteras de Brasil, Colombia y Perú, a efectivos castrenses de esos tres países, más una presencia clave de tropas estadounidenses.
Analistas indican que se trata de una renovada apertura al Pentágono de la estratégica región Amazónica, en pleno corazón de América del Sur, a la usanza de los resultados de la alianza de Washington con los regímenes militares brasileños de décadas pasadas.
Entonces, con la complacencia de los golpistas, el Departamento gringo de Defensa recibió la autorización para que aviones de la fuerza aérea de los Estados Unidos sobrevolaran las selvas amazónicas y fotografiaran desde el aire toda la región, con lo que se logró un amplio acopio de información sobre sus riquezas naturales y la topografía local.
Se dijo por Brasilia que esos sobrevuelos ayudarían al “desarrollo nacional”, pero lo cierto es que las naves regresaron a sus cuarteles en el Norte y el material obtenido nunca fue remitido a las autoridades cariocas.
Fue también el momento de la construcción de la propagandizada Vía Trasamazónica, que tras un disfraz de progreso, estableció una ruta terrestre para facilitar posibles movimientos militares intervencionistas en Brasil, y en dirección a las naciones colindantes a través de la jungla.
Por aquella época se hablaba también de clandestinos desembarcos de comandos armados extranjeros en diferentes puntos de la enorme floresta, cuya posesión, por cierto, intereses imperiales intentaron legalmente “internacionalizar” años después con el pretexto “ecologista” de proteger sus bondades, en detrimento de la soberanía y la integridad territorial brasileñas
Ahora es claro que una renovada presencia militar norteamericana en América del Sur, y especialmente en su pulmón selvático, viene como anillo al dedo a la estrategia imperial de reafianzarse en lo que históricamente ha definido como su legítimo “traspatio”.
Con la ubicación de sus efectivos en la Amazonía en concentraciones capaces de multiplicarse en caso necesario, los hegemonistas de Washington podrían operar contra numerosas naciones colindantes, a la vez que asegurarse el control sobre importantes recursos mineros, energéticos, acuíferos y de biodiversidad, una meta que no pocos personeros estadounidenses han proclamado como “estratégica” en repetidas ocasiones y durante largas décadas.
Así, y según un reporte restringido del año 2004, confeccionado por la Oficina de Evaluación Neta del Departamento de Defensa, cuyo objetivo es analizar el futuro del ejército y sus riesgos, ya se argumentaba “que el cambio climático y la escasez de agua son una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos y razones para futuros conflictos militares.”
Pero el agua, explican reportes de prensa, no es el único interés de Washington en la región. Según las mismas fuentes, Telma Luzzani, periodista argentina, revela en su libro Territorios Vigilados, que “en el Amazonas se encuentra el 95 por ciento de las reservas de niobio, fundamental para el acero de las naves espaciales y de los misiles intercontinentales, y el 96 por ciento de las de titanio y tungsteno, utilizados en la industria aeronáutica espacial y militar, además de ser rica en petróleo, gas, uranio, oro y diamantes”.
Triste y despreciable papel entonces el de aquellos personeros locales que abren espacios al enemigo en nuestra propia casa común.
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