De pronto la fotografía —en la solapa de la «contratapa» de: «Grandes borrachos colombianos — Borrachos grecocaldenses» — Pablo R. Arango, Libros Malpensante 2016— vuelve a traer el recuerdo que —de referirlo una y otra vez— no sé ya qué tanta fidelidad guarda a lo ciertamente ocurrido: lo que importa muy poco. Fue en Pensilvania: habíamos ido por asuntos académicos, y sé con certeza que iba con Pablo Felipe Arango —debió ser, según la fotografía, en: 1991. La secretaria del alcalde nos dijo que en ese mismo momento desembalaban la biblioteca de un escritor que había conseguido la fundación M.: por supuesto allá fuimos. Una señora —con un vestido de color de veranera morada— vino a recibir a los forasteros que veíamos cómo un muchacho sacaba los libros como si fuera de un cubilete: «¿Hay cosas buenas?» —nos preguntó— y al contestarle que sí, declaró antes de irse: «¡Qué bueno! Porque aquí la gente lee mucho.» Entonces el muchacho —que parecía desentendido, y sin que le importara ser oído por la señora— alzó la cara y nos soltó el primer dicterio —de muchos que desde entonces le hemos oído: «Pura mierda, aquí nadie lee un culo», y —desentendiéndose por completo de nosotros— siguió como si nada sacando libros. De ese modo —tan suyo— acababa de aparecer: Pablo R. Arango. Sigo: en la mesa de noche, enseguida de «Grandes borrachos colombianos — Borrachos grecocaldenses» del Pablo R. Arango de veinticinco años después, tengo: «Camino nocturno» por Ludwig Hohl —Editorial Minúscula; vuelvo a leer ahí: «La hoja», que empieza así: «Un hombre, en su desamparo, llegó caminando hacia la salida de la ciudad, se sentó en un banco de una gran calle proletaria llamada Gürtel. Entonces le cayó encima una hoja, porque esa calle tiene árboles. Por nada del mundo se habría atrevido a tirar esa hoja, era una señal de lo alto, y la conservó.» Llegado aquí el que lea —y podrá enterarse de todo en exactos cuarenta y seis renglones, aquí: http://www.editorialminuscula.com/pdf/42.pdf— se preguntará cómo una historia de desamparo, milagro, pérdida y —otra vez— milagro, escrita por un autor suizo de culto, tiene algo que ver con cantinas y borrachos de por aquí: ese es su problema; yo tengo un vislumbre —pero no sé explicarlo. Jose F. Calle Libélula Libros