A las afueras de lo inmediato

Por David Porcel
A veces para seguir avanzando hay que poner límites. La ética sirve a este fin. ¿Acaso la prohibición a tomar del Árbol del Conocimiento no sirvió para humanizar y diferenciarse del resto? La prohibición no sirvió para limitar, sino para posibilitar nuevos caminos y abrir en ellos nuevas existencias, inconcebibles antes de la primera prohibición. La religión, como el arte y los sueños, es obra hecha por hombres, de ahí que esconda íntimos secretos que todos llevamos dentro. En el fondo el niño agradece la prohibición porque ve en ella un nuevo motivo para jugar y fantasear con nuevas situaciones. Imaginarse que se hacen cosas prohibidas es sin duda fuente de deleite para quien todavía conserva esa semilla acaso germinada en la infancia. La ética sirve para seguir avanzando, porque sin ella viviríamos un mundo anquilosado, incapaz de proveernos de nuevas existencias imaginables solo en el reino de lo debido. Lo debido, como lo soñado, lo bello y lo perdido, no resulta tanto de la necesidad de habitar el mundo como del deseo de vivir otros nuevos, otras experiencias, quizá solo confesables a quien ya los ha recorrido.
Cada tiempo necesita de sus mesías y demonios. El viento que mueve las banderas siempre sopla hacia una dirección. La nuestra es la de los ismos, que sitúan a cada uno en su lugar, y si no profesas ninguno de ellos pareces  no pertenecer a este tiempo. Pero todos ellos son, como la religión, el arte y los sueños, otras tantas formas de habitar mundos perdidos, imaginados, incapaces de crecer por sí mismos. El igualitarismo y la jerarquización, extremos entre los que hoy día se mueven todos los ismos, son igualmente formas prohibitivas de limitar el mundo: el primero pone el límite en lo diferente, mientras que el segundo lo sitúa en lo igual. Pero ambos, secretamente, nos invitan a transitar mundos inventados, imaginables solo allí donde se forjan los sueños y el arte. 
La prohibición hace de los caminos caminos permisibles: los permitidos, porque encontrarán en quien los transite aprobación y gratitud; los prohibidos, porque conllevarán consuelo y expiación. Pero todos ellos servirán al único fin de reinventar la humanidad y vivir siempre fuera, a las afueras de lo inmediato y lo monótono.