No hay día de mi existencia en prisión que no sienta vergüenza ajena por las mujeres que, a principios del 2013, una vez que me encontraba encarcelado, hicieron un supuesto llamamiento contra la violencia de género, cuando en realidad luego se demostró –por el silencio que mantuvieron ante otras formas de violencia ejercidas contra mujeres opositoras en la isla– que solamente pretendían cumplir una orden del gobierno, dictada en persona por Abel Prieto, vocero y mano siniestra que la ideara desde la oscuridad de sus oficinas como asesor de Raúl Castro, con la intención de apagar la solidaridad internacional a mi favor.
En aquel entonces, aquellas mujeres, en particular las intelectuales –con las que yo había compartido viajes, presentaciones de libros, eventos en los que dedicaran odas a mi caballerosidad; con las que diariamente compartía correos, cenas; quienes me hacían fiestas sorpresas, integrábamos antologías nacionales e internacionales– una vez que recibieron la orden oficial, cerraron filas dispuestas a ejecutarme públicamente, y todo esto por recibir la atención de los funcionarios políticos y culturales y buscando que no las olvidaran en los viajes al extranjero con los que la dictadura suele premiar a sus más fieles súbditos en el terreno de la cultura.
Es cierto que, apenas abrí el blog, algunas de ellas me prodigaron “consejos” por “mi bienestar”; consejos oportunistas que, por supuesto, no escuché. Así que, una vez que tuvieron que asumir el ataque, debieron intentar calmar sus oscuras conciencias diciéndose que “por falta de consejos, no fue”.
A algunas de ellas las conocí bien, muy bien, y sé perfectamente lo que en realidad piensan del gobierno. Sé, con testigos además, que las que aparentan ser más oficialistas –obligadas a ello por herencia paterna–, tienen un discurso en la sombra, es decir, cuando no se sienten espiadas, más agresivo que los discursos críticos de muchos que hoy están en la oposición. Pero como en Cuba la supervivencia depende de lo que se aparente y no, en realidad, de lo que se es, continúan fingiendo su complacencia de tiernas ovejitas que balan elogiosas ante el poder del régimen totalitario.
En aquel entonces, cuando les ordenaron “ejecutarme” públicamente, no me defendí; al contrario, apoyé su defensa de género y, como muchos recordarán, les pedí que agregaran a su pedido el cese de las golpizas públicas a las Damas de Blanco que, por aquellos días y hasta hoy, continúan siendo abusadas por tropas de mujeres y hombres militares vestidos de civiles. Si tan justa era su exigencia, si tan nobles eran sus propósitos y profundos sus sentimientos contra la violencia, debería dolerles igual por cualquier mujer, independientemente de su lugar geográfico, el color de su piel y sus ideas políticas. Pero el silencio fue la más clara de sus respuestas: la confirmación de su doble moral y su juego sucio. Su defensa de género es solo moda, actitud política de conveniencia, o la manera más oportunista de ganarse sus espacios culturales.
Cuando golpearon salvajemente a la actriz Ana Luisa Rubio, quien fuera un ícono de la televisión cubana, apelé a la decencia de esas mujeres “justicieras” de la UNEAC, firmantes de cuanto llamado oficialista se presenta, y rogué, supliqué, que alzaran sus voces en el espacio cultural cubano, para clamar por los derechos de esta colega, a quien le debíamos solidaridad y compromiso desde el arte. El silencio volvió a ser su respuesta.
Por los medios nacionales de comunicación, la llamada Intranet, se exhibieron las dolorosas fotos donde Ana Luisa Rubio, la bella actriz, se mostraba irreconocible luego de que una cuadrilla cederista la provocara, la hiciera salir de su casa para agredirla y arrastrarla por la calle, hasta dejarla sin conocimiento. Aún así, y ni siquiera cuando esas imágenes recorrieron el mundo libre a través de la internet, al cual tienen acceso algunas de estas “justicieras”, ninguna se pronunció para condenar tal vandalismo contra una mujer del gremio.
Recientemente, dos Damas de Blanco fueron apuñaladas en plena vía pública cuando intentaban evitar que asesinaran al líder opositor Guillermo Fariñas. Sus vidas estuvieron en peligro, sobre todo María Arango Percibal, quien estuvo en terapia intensiva en el hospital de Santa Clara. Su agresor, José Alberto Botell, quien además de estas dos mujeres, apuñaló a tres hombres que las acompañaban, más que una condena, recibió como premio cuatro años de prisión porque sus víctimas son opositores.
Señoras Escritoras e Intelectuales de la UNEAC: Independientemente del interés personal que ustedes tengan en ocultar esta incómoda verdad, no podrán dejar de reconocer que el gobierno al que “apoyan” es aupador, patrocinador y cómplice del abuso de género. Por ello sé que en realidad ustedes solo dicen defender un gobierno así –a estas alturas, sinceramente, y como las conozco a la mayoría, lo pongo en duda–. Me queda claro que se trata de posiciones oportunistas.
Si quisieran limpiar sus conciencias, denunciarían lo que ocurrió hace pocos días, el domingo 31 de mayo pasado, cuando una mujer, madre, negra, de edad madura y patriota, Yaquelin Bonne, fue brutalmente maltratada, como no se permitiría hacerlo siquiera con el animal más fiero. Los medios internacionales se han ocupado de difundir la noticia con las fotos terribles de la brutalidad cometida contra esta mujer, cuyo único “delito” es ser una activista por los Derechos Humanos de todos los cubanos desde la plataforma Damas de Blanco, dignas mujeres cubanas cuyo único armamento, bien lo han demostrado, es desfilar los domingos frente a la iglesia de Santa Rita, después de terminada la misa.
Ojalá que algunas de ustedes se dignen, aunque sea, a hacer acto de presencia un domingo frente a esa Iglesia, y vean con sus ojos la manifestación más horrible de esa violencia de género que dicen combatir. Si tienen conciencia, lo único que les impedirá ponerse al lado de esas dignas Damas será seguir en el miedo o la conveniencia de cumplir una orden oficialista. Dudo que la inteligencia que ustedes poseen, porque soy testigo de esa inteligencia, les haga creer que estas mujeres, por la diferencia de ideas políticas, no tienen el derecho a ser defendidas.
En el silencio de todas ustedes está la mayor y más despreciable defensa al machismo, la complicidad con el horror del abuso de género. Con cada mujer humillada, ante cuyo maltrato ustedes hacen tan oportuno silencio, pierden una nueva oportunidad ante la historia de demostrar un verdadero compromiso con sus posiciones como intelectuales; ante su tiempo, por el silencio dócil, pero sobre todo, con su género, como mujeres, al ser cómplices y formar parte de un Estado que no detiene el ultraje contra aquellas mujeres que se enfrentan a sus designios.
Permita Dios que, al menos por esta ocasión, no se vuelvan a dejar manipular por el miedo del poder totalitario.
Ángel Santiesteban-Prats
3 de junio 2015
Prisión Unidad de Guardafronteras
La Habana
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