La política es el ejercicio del poder con el fin de mediar en las diferencias de intereses entre pares en la sociedad. La razón de la política es ayudar a los individuos a organizarse, a tomar decisiones, llegar a acuerdos y resolver conflictos de manera pacífica. Cuando esta razón desaparece y en su lugar se establece la razón del poder por el poder, la política (no la democracia) se convierte en el problema, por cuanto deviene en una amenaza para la libertad, la convivencia y la paz social.
Fue el 3 de marzo de 1996, cuando el PSOE perdió las elecciones generales, que empezó a fraguarse esta pesadilla. Perder de nuevo en 2000 y por mayoría absoluta fue definitivo. Los socialistas nunca aceptaron esta derrota. A partir de ese momento, el PSOE traerá de vuelta el guerracivilismo.
No fue con el PSOE malo, fue con el bueno que la política empezó a degenerar en admoniciones y señalamientos que ahora Sánchez está llevando a sus últimas consecuencias. De aquellos polvos vienen estos lodos. Asumirlo sería un buen comienzo, si se quiere de verdad vislumbrar el final de esta locura.
Quiero ser claro en este punto. No es que advierta de que esta perversión de la política esté en riesgo de consumarse: es que ya se ha consumado. La cuestión ahora es averiguar si los disidentes socialistas están por remediarlo o si su causa se limita a destruir a Sánchez para volver al statu quo anterior, donde el socialismo o su versión más aseada, la socialdemocracia, no puedan ser desafiados. Un mal indicio es que los izquierdistas supuestamente moderados tiendan a aplicar el adjetivo ultra con la misma ligereza que su odiado Pedro Sánchez.
«Todo cuanto sucede hunde sus raíces en la ya vieja negación de la derecha por parte del PSOE»
No quiero ajustar cuentas, para nada, sino cuestionar esa confortable conclusión según la cual el viejo PSOE, que era bueno, poco tiene que ver con el actual. La amenaza es demasiado seria como para creer que ha surgido de la nada o que obedece a una anomalía llamada Pedro Sánchez. Todo cuanto sucede hunde sus raíces en la ya vieja negación de la derecha. Esta negación es lo que ha dado pie a que todo lo que hace Sánchez se base en la imposición.
Así, Sánchez ha convertido el Congreso en una institución vacía, cuyo único cometido es ratificar sus designios mediante la aritmética del poder. De hecho, el presidente ni siquiera comparece en los debates de sus imposiciones más mostrencas, como la ley de amnistía. Lo mismo cabe decir del Tribunal Constitucional, al que ha convertido con la inestimable ayuda del Partido Popular en una tercera cámara que tan sólo ratifica o enmienda en su favor una ley, un recurso o incluso subvierte los derechos humanos elevando el aborto a la categoría de derecho —algo que, dicho sea de paso, no es una aspiración exclusiva de Sánchez—.
Esto último puede parecer una cuestión menor en comparación con todo lo demás, pero no lo es en absoluto. El sistema de derechos humanos existe para proteger los derechos de los seres humanos, especialmente de los más débiles. El derecho a la vida es el primer derecho. Consagrar el aborto como un derecho humano no amplía el alcance de los derechos: subvierte el concepto mismo de derechos.
Dejemos a un lado situaciones particulares, donde pueden surgir dilemas morales de difícil solución, y pensemos si la simple razón de la comodidad, de que nuestra existencia no se vea alterada por la llegada de un nuevo ser humano, debe prevalecer sobre el derecho a la vida. Tampoco apuntemos a impedimentos ni prohibiciones. Esa no es la cuestión. La cuestión es reflexionar sobre lo que debe ser un derecho… ateniéndonos a la finalidad que consagra el sistema de derechos humanos.
«La solución que nos propone es establecer nuevos mecanismos para que él, es decir, el poder, controle a los medios de información»
Si la razón del poder por el poder, que se ha hecho carne en Pedro Sánchez, puede subvertir el sistema de derechos humanos, entonces puede subvertir cualquier derecho, el que sea. Puede incluso lograr, como pretende, que todos los poderes emanen de un Congreso de los Diputados donde lo único que importa ya es la aritmética. Otra perversión, pues la soberanía, que emana del pueblo, y no del Congreso, podrá ser secuestrada sin más argumento que la aritmética del poder.
Quedan sólo ya dos obstáculos para que la razón del poder por el poder se imponga sobre todos: los jueces y algunos medios de información. A los primeros Sánchez quiere someterlos mediante la toma por asalto del Consejo General del Poder Judicial, bien sea con la aquiescencia del Partido Popular (trágico error), bien sea mediante una ley ad hoc. Y a los segundos, mediante la imposición de alguna una suerte de organismo que reparta carnés de periodista y estrangule su financiación. Resulta que lo que está quedando en evidencia es la corrupción del presidente. Y la solución que nos propone es establecer nuevos mecanismos para que él, es decir, el poder, controle a los medios de información. Y no al revés.
Nada de esto sería posible si la crispación no se hubiera convertido en el leitmotiv de la política. Algo que el PSOE comenzó a promover bastante tiempo atrás, antes de que Sánchez empezara hacer pasillos. Esto a su vez ha dado lugar a dos errores que afectan a la derecha o a la presunta derecha. El primero, prestarse al juego de la crispación, dándole así legitimidad. Y el segundo, renunciar no ya a jugarlo sino a la propia política, a la auténtica, a la necesaria, que es lo que sucede con el PP de Feijóo.
Como dice el refrán, dos no discuten si uno no quiere. La idea de este aserto es evitar el enfrentamiento resistiendo a la provocación y absteniéndose de participar. Sin embargo, discutir no es malo en sí mismo. Es confrontar ideas, razones y argumentos. Lo equivocado es enfrentarlos como si fueran soldados que buscan aniquilarse mutuamente. Imponerse, someter al otro, no es discutir. Es liquidar no ya las razones contrarias, sino la razón misma de la política. La antesala de la dictadura.
Javier Benegas