Sonó el teléfono. Mi editor. Alguién con quien hablar, tras cuatro días encerrado en casa junto a mi fiel resaca.
-¡Que no me cuentes milongas! ¡Tenemos que comer!. Siéntate y escribe lo que quiere la chusma inculta. Finales felices. –Continuaba disparando a ráfaga sin entrar en razón.
-Pero yo…-Resultaba inútil, no me permitía meter baza.
-¡Ya sabes a que me refiero¡ A vivir por amor. A besos de tornillo. A cariños sin prisa, a bailar…-Me resumió las reglas básicas del éxito.
-¿Qué dices? Escribiré de amor si quieres. Pero del verdadero. De morir por amor, no de vivir por amor. De celos incendiarios que te arañan y te llenan de cicatrices, de expediciones por la piel, de sexo donde se beben los fluidos de la pasión, …
-¡Que te dejes de mariconadas! Escribe sobre las pisadas de una pareja por la arena de la playa, que se borran con las olas del mar. De la muchacha de cabellos rubios que lava ropa blanca en la orilla del río, junto al aroma de los lirios y es observada tras un árbol por el chico tímido del pueblo…¡De lo que se vende!, ¡Escribe, de lo que se vende! -Mi editor no era consciente de lo que me pedía, y que sus gritos no hacían buena pareja con mi resaca de CarlosI.
-¡Escúchame¡ ¡Escribiré desde mi noche, desde el alma encendida, desde la verdad!.-Mi voz se escuchó por encima de mi hambre y de mis deudas- El amor duele, el amor hace daño. Amor que no duele, no se siente. Escribiré del enchochamiento enfermizo y sangrante, escribiré sobre perdedores…-Continué.
La comunicación se cortó. Cada día telefónica funciona peor. Hace meses que no he vuelto hablar con mi editor. Tengo hambre.
Texto: Francisco Concepción Alvarez
Narración: La Voz Silenciosa